Existen personas escépticas en cuanto a la existencia de eventos extraordinarios, los científicos, por lo general tienen una explicación basada en la evidencia, de ahí, que en ocasiones, contribuyan con objetividad a dar respuestas con un peso irrefutable, pero toda teoría puede, por más alto que sea su grado de corroboración, ser refutada.

Todos los días son diferentes, y todos ellos, pueden obsequiarnos una sorpresa, la mayoría de los seres humanos esperamos que las sorpresas sean gratas, porque siempre anhelamos un remanso de paz, que aunado a un motivo festivo y a la gracia de despertar a un nuevo día, nos haga sentir, más que vivos, también felices. Por paradójico que parezca, en ocasiones, de los encuentros más grises, surge la luz que llega a iluminar el alma de aquellos que han sido tierra fértil para cultivar la amargura.

Motivos no le faltaban al hombre aquel, para destilar rencor por la vida, contaba que desde que nació todo fue desencanto y frustraciones; los días de su niñez se tornaron oscuros, sin tiempo para crear y vivir fantasías, la realidad fue brutalmente violenta, e igualmente violenta fue su juventud y su adultez; como suele suceder en estos casos, trató de evadir la realidad consumiendo alcohol y otras drogas, pero eso le acarreó mayores problemas, pues desafió a la muerte y ésta sólo le dejó discapacidades importantes, fertilizando con mayor negatividad su actitud y desprecio por la vida.

Llegó a mí como solía hacerlo con todos aquellos que trataban de ayudarlo, con agresividad, con rechazo, con un afán retador, tratando de demostrar su hombría, como todo ser desesperado.

Intuí que más que buscar confrontación, quería ser escuchado y consolado, y yo, el hombre, lo escuché y toleré su altanería, pero nada parecía calmarlo, hasta que aquel ser en desgracia prolongada, escuchó a quien quería escuchar; y al reconocer la voz de quien muchas veces le había hablado, y por su amargura no lo escuchaba, dirigió su otrora fiera mirada, ahora dulcificada y vio también a quien se negaba a ver y tantas veces estuvo frente a él; desde ese momento, ya no pudo decir nada, y al no poder sostener más su mirada, bajó su cabeza, y dócilmente se retiró, sintiendo como la paz regresaba a su alma. Hay eventos extraordinarios inexplicables, pero no hay nada imposible para Dios.

“Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallareis el reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío” (Mt 11:28-30)

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