Es curioso, pero el tema a pesar de ser tan viejo como el tiempo y tan utilizado como el jabón, cada vez que reaparece es un escándalo.
Me refiero al espionaje telefónico.
Hoy volvieron a sacar al balcón al sistema Pegasus, nombre ya familiar en nuestro país como herramienta para intervenir llamadas y mensajes. Hablan de esa tecnología como si fuera una creación del Diablo y los que están o estuvieron en sus listas se desgarran las vestiduras y se auto crucifican, en el papel de víctimas inocentes en el nivel de mártires.
Basta de drama por favor.
Para empezar, muchos de quienes se mesan las cabelleras por haber sido escuchadas sus conversaciones o expuestos sus secretos y sus “secretitos” –ya saben a qué me refiero– también han explotado ávidamente ese mecanismo de espionaje. Hoy claman por un castigo ejemplar a quienes lo manejan y olvidan convenientemente que ellos lo impulsaron antes sin rubor alguno.
Presidentes, miembros del gabinete, gobernadores, alcaldes, dirigentes de partidos, delincuentes y hasta periodistas, se han servido con la cuchara grande de esos dispositivos o entuertos digitales para obtener información de primera mano. La historia política cercana en México es pródiga en ejemplos de esas artimañas tecnológicas, derivadas en “ventaneos” públicos de Padre y Señor Nuestro.
Entonces, ¿De qué diablos se espantan?
Tal vez sea de mirarse a sí mismos en ese espejo, así que les dejo con esa pregunta pendiente de respuesta y prosigo con otro agregado a este circo de tres pistas.
La tecnología “de punta” y “de última generación” con la que adornan a Pegasus y otros sistemas de la misma naturaleza, en realidad sólo se ha sofisticado, pero existe desde varias décadas atrás.
Desde que se generalizó el uso de móviles celulares he conocido a ciudadanos comunes que escuchaban sin problemas a quienes les diera la gana con aparatejos rudimentarios, en los que sólo se veían correr cifras y símbolos, para dejar atrás la famosa frase de “pájaros en el alambre”, cuando se intervenían directamente los teléfonos de casa y oficinas o se colgaban líneas de los postes de Telmex.
Vamos, dejen de perder el tiempo y de hacernos perder el tiempo a los demás con sus lamentos desfasados sobre invasiones a su privacidad. El espionaje telefónico ha sido, es seguirá siendo un arma no violenta para conseguir información. Me pregunto si habrá algún tontejo que en materia política no la haya utilizado alguna vez, directa o indirectamente, con todo y su ilegalidad.
Caray, existen tantos problemas y tragedias en México por resolver y henos aquí, llorando como plañideras por intimidades trasnochadas expuestas.
Y para terminar, si me permite una sugerencia.
Que nadie se preocupe en los gobiernos ni pierdan el sueño porque sus adversarios políticos conozcan sus estrategias o movimientos celosamente guardados. La verdad es que se intercambian tantos colores y membretes, se cambia tanto de lealtades e ideologías, se brinca tanto de un partido a otro y se venden tantas conciencias, que a final de cuentas nadie necesita un sistema de espionaje.
Más temprano que tarde, en ese inmoral intercambio, lo que saben unos lo conocerán también otros…
De nada…
NI A QUIÉN IRLE
No dudo que la acusación de la Fiscalía General de Justicia del Estado contra Alejandro Rojas Díaz Durán sea otra muestra de persecución política. Los cargos son tan endebles como la posibilidad de un castigo para el acusado.
Pero tampoco tengo duda de que Rojas Díaz Durán a falta de trabajo político y trayectoria pública, para hacerse notar ha abusado de la denuncia y los señalamientos hacia el gobernador tamaulipeco, hasta llegar a niveles del insulto.
Aquí aplica el viejo refrán campirano que asienta: “tan malo el giro como el colorado”…

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