Durante una plática con un grupo de personas de escasos recursos económicos, me preguntaba cuál era la diferencia entre “vivir al día y vivir cada día como si fuera el último”, les contesté, que sin duda las había; me pidieron les diera algunos ejemplos; bueno, les dije, vivir al día tiene una connotación económica, digamos que significa vivir con lo que se gana al día y gastarlo todo, sin pensar en ahorrar; y vivir como si fuera el último día, lo pondría en un contexto más espiritual, y sería tener que vivir pensando en cómo estar en gracia de Dios, para allegarnos una oportunidad como residentes del Reino de los Cielos.
Dicho de otra manera, no estar tan aferrados a los bienes materiales, pensar más bien, en todas aquellas acciones agradables a Dios que podemos llevar a la práctica en beneficio de nuestro prójimo.
Luego uno de los asistentes me preguntó, cómo podría catalogar su estatus de vida, tomando en cuenta mi quehacer médico, le contesté, que si bien sabía que la mayoría no tenía suficientes recursos económicos para allegarse a una mejor calidad de vida, sí poseían lo necesario para vivir su día de manera que pudieran satisfacer sus necesidades básicas, podría decirse por ello, que muchos de ustedes viven al día y aunque quisieran ahorrar no pueden.
El paciente continuó diciendo: – ¿Y el ser pobres, no nos acerca más a la gracia de Dios, que a los que tienen dinero suficiente y pueden tener mejores condiciones de vida? Estar en gracia de Dios, en ocasiones no tiene mucho que ver con el hecho de ser rico o pobre; si bien es cierto que Dios desea que el pobre viva mejor, siempre nos está invitando a encontrar las diferencias que existen entre la pobreza material y la pobreza espiritual, pero sobre todo, reconocer que hay una pobreza espiritual positiva que es la que está constituida por la humildad y la fe en Dios, digamos que es esta la riqueza de los pobres. Si la pobreza espiritual es negativa, encontramos ausencia de los bienes espirituales y de valores humanos.
Podemos vivir al día con lo que tenemos y aceptarlo de corazón, y por ello, estar agradecidos con Dios por poseer una riqueza espiritual positiva, o podemos renegar de lo poco que tenemos y quejarnos por lo injusta que ha sido la vida con nosotros, y en esa actitud estar alejándonos de lo que más importa para el cristiano: los bienes del cielo.
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