“El que me sirve, sígame; que donde yo estoy, allí estará también el que me sirve; y a quien me sirviere, le honrará mi Padre” (Jn 12:26)

Y me puse las gastadas sandalias que un buen día me obsequiaras, para probar con ello mi humildad y mi obediencia, y mis pies cansados de no hacer nada, agradecidos por tan noble gesto, fueron el conducto para energizar mi adormilado cuerpo. Me incorporé entonces con alegría, con ganas de hacer tantas cosas como nunca había hecho, sólo tomé conmigo para el camino, el buen afán y el deseo de procurar el bien a mi prójimo, incluso, a mi enemigo. El viento fresco del norte, al verme de pie y tan decidido, me dio la bienvenida y empecé a caminar feliz y agradecido, diciéndome a mí mismo, que me sobraba fortaleza, tanta, como para llegar a dónde tu divina palabra se escuchaba y me servía de guía, para estar frente a tu adorada presencia, pero ante todo, reconocía en ello, mi Señor, tu gran amor por mí, que derramaba misericordia y me obsequiaba tu confianza y complacencia; por ello, mi vida empezó a tener sentido, aunque he de confesarte, que el rumbo me parecía aún incierto, sobre todo, cuando de estar más confiado en mi integridad y mi firmeza, por mi debilidad humana y mi imprudencia, caía, como caen las hojas secas, cuando pierden el contacto con el origen de su vitalidad y su alegría.

Indigno soy sin duda, de usar las benditas sandalias que me regalaste, pues he tratado inútilmente de justificar mi torpeza, culpando a mis pies de mi ceguera, así, arrepentido y cobarde como soy, inanimado pretendía quedarme tendido sobre la tierra, pero cuando sentí tu amorosa mano aferrarse a la mía, para levantarme de las pruebas y caídas, me devuelves como siempre a la esperanza y a la vida, para seguir caminando y enfrentar las pruebas que me deparare el nuevo día.

Con Jesucristo, siempre habrá esperanza y más. Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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