Seguramente, que más de una vez en la vida, los seres humanos nos encontramos ante situaciones donde nos es difícil tomar una decisión, ya sea que se trate de asuntos triviales, como escoger una prenda de vestir; o de suma importancia como casarse, someterse a una intervención quirúrgica o el ocupar un puesto laboral; esto sucede, sobre todo, cuando no hemos tenido la oportunidad de analizar bien las cosas; este titubeo puede ser temporal o puede ser permanente.
Lo primero que tenemos que hacer ante una encrucijada, es vencer nuestro temor y éste existe, precisamente por falta de información o de nuestra incapacidad para procesarla, de tal manera, que nos impide poner en claro muchas de nuestras dudas; dicho de otra manera, nos falta experiencia, tener un punto de partida o una base de datos que nos sirva de apoyo para evitar complicaciones y minimizar errores, que nos permita poder tener una idea de lo que encontraremos detrás de una puerta cerrada, o lo que veremos después de encender las luces.
No todas las personas se atemorizan ante un reto, algunos, aun adoleciendo de capacidad o suficiencia de información, se atreven a derrumbar el muro de las “incertidumbres”, porque han desarrollado otras habilidades como la astucia y toman las decisiones como si estuvieran participando en un juego de azar, juegan pues, a ganar-ganar, porque el perder los pone en el mismo punto de partida.
En lo personal, cuando estoy frente a la encrucijada, ante la inminencia de tomar una decisión, no veo hacia atrás, ni hacia los lados, en todo caso, miro hacia arriba, porque aun conociendo el o los motivos por los que he llegado hasta ahí, siento que mi vida tiene una finalidad que va más allá de todas mis aspiraciones materiales; entonces desaparecen mis temores y sigo caminando como si en verdad supiera que cualquiera que haya sido mi decisión, habré de encontrar una respuesta a todas mis dudas.
Sé que la distancia por recorrer es mucha y que volverá a asaltarme el temor, pero estoy consciente, que en mi recorrido me acompaña la fe y si todo lo que emprendo es de buena fe, no importa no obtener los resultados que me harían pertenecer a un sector de la sociedad que mide, pesa y clasifica a su prójimo de acuerdo a sus logros personales, sé que mis acciones serán juzgadas por el único juez con calidad moral para juzgarme y como creo en su infinita misericordia, sé que su sentencia será justa.
Si llegase el momento de que se encuentre ante una encrucijada y ha tenido la suficiente conciencia de reconocer y autoevaluar sus actos, deténgase un momento para poner en la balanza lo bueno y lo malo de ellos, tal vez ésta sea la única manera de recuperar su miedo y pueda tomar las mejores decisiones.
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