Creo en el hecho de que todas las personas nos hemos enamorado al menos una vez en vida, hayamos tenido o no la fortuna de haber sido correspondidas. Así contestaba a la pregunta que me hiciera una joven que me pedía definiera el concepto de estar enamorado.
¿Acaso tú no te has enamorado? le pregunté; y replicó: no lo sé, tal vez lo haya estado, pero la verdad no podría definirlo porque el resultado final no fue muy agradable y mi mente no pudo guardar esa experiencia como grata.
Definitivamente una de las sensaciones más gratificantes en la vida de las personas, es el hecho de estar enamorados. Bioquímicamente se traduce como una interacción entre la corteza cerebral y el sistema endócrino que condiciona una respuesta fisiológica, donde la dopamina segregada por el hipotálamo origina una serie de cambios químicos que se traducen en sensaciones que van desde la euforia, hasta la pérdida en la concentración por el deseo de intimar.
Los enamorados idealizan a la otra persona y la tienen como su centro de atención, siendo su mayor anhelo el estar despertando el mismo efecto de embelesamiento, aunque no sin despojarse del temor de ser rechazados.
El enamoramiento es concebido en la vida como una fase primitiva que nos lleva a la búsqueda de una pareja ideal, que sin duda, tiene relación directa con la reproducción, y que se traduce dentro de nuestro sistema social como la posible cimentación para la edificación de una familia; más habría que considerar, que el estar enamorado no garantiza este hecho, porque lo que verdaderamente consolida la estabilidad de una pareja es el amor, y para que se genere este vínculo, se tienen que superar muchas pruebas.
Uno de tantos días hermosos que Dios me ha concedido, María Elena y yo nos despertamos en nuestra amable cama matrimonial después de haber tenido unas agradables horas de sueño; yo veía ilusionado al techo de la habitación, como si éste no existiera y fuera en verdad el mismo esplendoroso firmamento, y ella, en cambio, me miraba a mí con tal profundidad, como queriendo verme el alma, y era tan fuerte su callada insistencia al verme, que bajé del cielo, para mirarme en el espejo se sus bellos ojos, y de sus tentadores labios rojos, asomó suavemente una palabra que viajó por su cálido aliento, haciendo estación primero en mis labios antes de llegar a mis oídos y de ellos a mi corazón, que latía en la tranquilidad del despertar de ensueño.
Todo en mí despertó al instante por el efecto embriagante de la palabra sentida, que sin ser una petición requerida, mucho menos una orden desafiante, me convirtió de nuevo en el esclavo anhelante que vive penando por la emoción errante que tocó la puerta de su corazón y el mío.
¡Enamórame! me dijo, porque si el amor que nos unió es para siempre, quiero seguir sintiendo el ardiente calor de la flama que nos hizo enamorar en nuestra tierna adolescencia. ¡Enamórame! porque, aunque mi corazón de esposa en el hogar se colme de abnegación y paciencia, quiere seguir latiendo con la energía de sentirse siempre enamorada, porque quiero que tus besos me sigan llevando al cielo y que en tu mirada se refleje el deseo de hacerme siempre tuya.
Al escuchar hablar a su corazón de tal manera, se abrieron las puertas del alma mía, para dejar escapar la esencia de mis sentimientos originales, y como plegaría sentida le contesté con el corazón en la mano: Enamorarte dices, si amarte más no puedo, porque vivo enamorado desde el primer instante, y vivo igual, esperando con gran anhelo a tu corazón amante, respetando calladamente tu apostolado de esposa y madre.
Es el enamoramiento, tal vez la sensación más gratificante para el ser humano, pero, asegúrate de que el hecho de enamorarte te ocurra sólo una vez, y que con ello te enamores de la persona que habrá de acompañarte desde tu adolescencia hasta tu vejez.
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