He de reconocer que como ser humano soy vulnerable, sobre todo, en lo relacionado con el amor, más aún, si el amor, motivo de mis desvelos, es por el amor confeso a una hermosísima criatura, por ello, me presumo culpable y a la mujer que Dios me dio como esposa públicamente le pido perdón.

Fue su ternura lo que primero llamó mi atención, sus grandes ojos de inmediato me cautivaron, pero más lo que encontré al asomarme a ellos, porque de tan sólo mirarlos, me siento tan cerca del cielo y con ello cercano al amadísimo Creador.

Es este amor tan grande y sencillo, que ya no puedo ocultarlo, me hace sentir tan humano, que me devuelve el consuelo de no perderme en el tiempo y así recordarme con ello, que el Padre, en un soplo divino, me dio la vida para siempre adorarle.

Ella es la luz tan querida que ilumina mis días, y con su alegre sonrisa me da la paz que frena toda mi prisa, y son sus suaves caricias como el frágil roce del viento, que origina el armonioso vuelo de los ángeles.

Es su hermoso cabello dorado, como las espigas del trigo que el sembrador de amor prepara, para anticipar el milagro de la multiplicación de los panes, y con ello, alimentar mi otrora triste anhelo de sentirme siempre amado.

Es su aparente frágil figura, el David que, en combate, derrotara la grande amargura del que presume vencerte, sin conocer tu real estatura.

Eres amada mía, parte de mi todo y por ello el calor que anima a este cansado cuerpo, que no se da por vencido, porque siendo ella el sol que alumbra mi vida, no permite que la sombra dibuje la figura de un guerrero vencido.

Me confieso, Padre, enamorado, pero sé que no estoy en pecado, porque amo con el amor que tú me has enseñado, el mismo amor tan grande que no puede contener el cuerpo y que permite a mi alma, en abundancia, ser regalado.

Ay amor de mi vida, Dios me permita acompañarte y llevarte de la mano por el camino que conduce a la sabiduría, para que nadie se atreva a vulnerar tu hermosura y tu alma se conserve siempre inocente y pura.

Ay amor, que la locura no le quite el sueño a este hombre enamorado de tu ternura, que desquitarse hoy quisiera, de la dura superficie que  envidiosa pretendió robarte la hermosura.

Ayer me enseñaron tu foto, ángel adorado, te encontrabas llorando, y tus lágrimas de dolor llegaron a mis manos, para pedirle a Dios las convirtiera en diamantes para que su pureza luciera como aretes de princesa en tus delicados oídos, y de su preciada dureza, pedirle a tan bondadoso Señor, se mezclara con tu grácil ternura, para hacer del lastimoso momento, una bella obra de arte, que reflejara tu humildad y tu inocencia, que enamorado, me llevó a la locura.

Dedicado a mi nieta Andrea.

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