Si tan sólo pudieras vivir resignado al no alcanzar todo lo bueno que quisieras para ti y los tuyos; si tan sólo el silencio obrara como un bálsamo para sanar de inmediato las heridas que te causan las frustraciones y a la impotencia. Si tan sólo alguien entendiera que no siempre es posible soportar el peso de la cruel indiferencia.

Si le preguntaras con sinceridad a cualquier ciudadano ¿qué es lo que piensa? y con ello evitaras hacer de su respuesta una burda caricatura para fingir que reímos de nuestras desventuras. Y si todos seguimos fingiendo que no pasa nada, aceptando que somos una raza que aguanta hasta sus propias trastadas.

Ayer mi vi al espejo, y no encontré en el reflejo, al hombre que tenía como mayor virtud el enfrentar los retos. Y si seguimos pensando, que además de nuestro propio rechazo, aún tenemos esperanza de que todo cambie algún día.

¿Acaso guardar silencio sirve para algo más que demostrar nuestro fracaso? Y si hablo…si hablas, no ha de ser para quejarnos de los que otros están haciendo mal, sino de nuestra propia maldad, la que, sin ser tan despiadada y tan letal, sigue generando pequeñas heridas a las que solemos llamar infelicidad.

¡Ya basta de tanto comportamiento irracional, de tanta renuncia circunstancial, de tanto sacrificio para que se nos permita seguir en la ruta del silencio que te permite vivir en la mediocridad!

Si le preguntaras a tu propia familia ¿qué piensa?  Seguro guardaría silencio para evitar con ello, evidenciar que se está, sin estar; que se ríe o que se llora con tal discreción para que nadie note que somos una sociedad cautiva de nuestros miedos, pero, que no está dispuesta a vivir en la estéril soledad de la apatía.

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