Mucho de lo que nos ocurre es impredecible, pero otro tanto depende de la atención que le pongamos a todo aquello que esté relacionado con nuestra integridad física, mental y espiritual. Los seres humanos somos muy dados a menospreciar todo aquello que no nos reditúa algún beneficio material, de ahí que nos interese más atender lo efímero, lo que va y viene, lo que en un momento puede engrandecer nuestro ego, pero que por ser tan fugaz nos sitúa precisamente en el estado de nuestro ser, que evidencia nuestra debilidad.

Hoy estoy contigo y mañana no te conozco, hoy quiero que todos se den cuenta que también tengo mi lado bueno, aunque pasado el temporal, quizá vuelva a reclamarte lo mucho que hice por ti y lo mal agradecido que fuiste conmigo.

Hoy es oportuno para que el Todopoderoso vea que soy sensible, que tengo capacidad para arrepentirme y que además soy digno de alcanzar el perdón; mañana, mañana, volveré a ser el mismo, volveré a sentir lo mismo, teniendo la idea de que así es nuestro mundo, es un continuo estirar y aflojar, es un subir y bajar, es un espacio de competencia desigual, de mentiras, de simulación, de conformismo, de arrogancia, de falso orgullo, es un escaparate para todos aquellos que necesitan ser valorados y al final, es un regreso a nuestro estado natural de vulnerabilidad, de dependencia, de soledad y de abandono.

No, no me refiero a la pureza del corazón que empuña una herramienta para solidarizarse con el que está en desgracia, no me refiero a la unión de voluntades para desear que todo lo malo que nos ocurre en la vida pase rápido y deje el menor daño a nuestra sociedad. Me refiero al ser que vive en una eterna transición, que rehúye a su naturaleza divina y le apuesta todo a una condición tan especial que requiere todo el tiempo demostrar que en la tierra no hay más dios que el ser humano.

En un abrir y cerrar de ojos, en ese parpadeo tan frecuente, tan natural, tan nuestro, todo puede terminar.

Hoy sentí la necesidad de que alguien me abrazara, tenía un nudo en la garganta y no pude contener las lágrimas; pero tuve la fuerza de voluntad para abrir nuevamente los ojos, para mirarme al espejo, para tratar de saber quién soy, para preguntarme que he hecho mal, para merecer que la vida me reclame con tanto desprecio.

Soy un ser humano, heredé de mi Padre esta tierra, aspiro a ser un digno hijo de Dios, para convivir con la naturaleza y mis hermanos en armonía.

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