No cabe duda que somos especiales, quizá por eso sigue México siendo el maravilloso país que el Creador pensó y que independientemente de todo lo que vivimos a diario, sigue en pie.

La riqueza fundamental no está en sus magníficas reservas de la biósfera o en sus montañas y volcanes, no en sus presas y ríos o desiertos y selvas tropicales; tampoco está en sus maravillosas y paradisiacas playas o innumerables sitios con vestigios culturales prehispánicos. No.

La verdadera riqueza de México es su gente, sin importar que existe cada espécimen que debiera desaparecer del mapa.

Ante el dolor provocado por el Sismo del día 19, poco más de tres décadas después de que la naturaleza se ensañó con la otrora región más transparente del mundo, dejando un panorama desolador, y castigándole con gobiernos autoritarios y demagogos que no han sabido aprovechar el potencial humano y el tesoro que hay en la ciudad de México, este maravilloso lugar sigue en pie.

Y ahora que volvió a sentirse el sismo, ha habido una gran muestra de solidaridad que no podemos dejar pasar desapercibida.

Independientemente de las brigadas de seguridad, auxilio y socorro y más, provenientes del gobierno federal y un poco del de la Ciudad de México, hemos visto, por sobre todas las cosas, una multitud de personas que, como hormigas, sacan, una a una, las piedras de esas ruinas donde presumen que hay gente viva aún.

La esperanza tiene socios, y somos los mexicanos los que hemos hecho esas cadenas humanas interminables, llevando alivio, comida, lámparas y esperanza de vida para nuestros hermanos que, en algunos casos, se encuentran bajo los escombros o una lápida de duro y frío concreto.

La solidaridad de ver centros de acopio en muchos sitios de infinidad de ciudades, y a la vez, la tristeza, la profunda tristeza de leer, ver y escuchar que los mexicanos no confiamos en llevar ayuda a los partidos políticos y autoridades de los estados, a diputados o senadores, porque indudablemente que todo mundo piensa –todo, sin exagerar- que se lo van a robar. Nos queda la esperanza de juntar a través de asociaciones civiles o de particulares voluntarios.

Una instancia tenemos en Tamaulipas donde la gente aún no pierde la confianza y es con los muchachos de las distintas facultades de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, y eso se presenta porque son ellos mismos, los jóvenes, los estudiantes, los integrantes de esa masa social los que recaban y distribuirán muy pronto.

Duele ver que piden que entregues tus latas y bolsas de comida o insumos marcados con un plumón, para que los centros “oficiales” no se queden con las cosas.

Pero hoy no es tiempo de pensar en estos depredadores, ni en aquellos que en la oscuridad y la desgracia caminan por los rumbos destruidos de la otrora Ciudad transparente, asaltando víctimas de un fenómeno natural que ha devastado miles de hogares.

Ante la desgracia, nos hemos unido los mexicanos, los que sentimos la crisis cada día y lloramos cuando vemos el dolor de los nuestros, en el D. F. –para nosotros sigue siendo eso: D.F.- o en Puebla, Morelos, Oaxaca o Chiapas.

En todos esos lugares se requiere ayuda. No dejemos de dar un poco de lo que tenemos, pero démoslo de corazón, sin pensar que nos quedaremos in recurso por ayudar: pensemos que estamos ofreciendo parte de lo que tenemos para otros que lo necesitan mucho más.

Es tiempo de México, de solidarizarnos, de ser uno para todos, de unir los brazos y las manos en torno a nuestros hermanos que más necesitan apoyo.

Y no se puede olvidar ese maravilloso detalle humano, altruista y poco común de Daniela y David, sinónimo de generosidad, altruismo, amor a los demás y un profundo amor a México, “su” México… nuestro México. Dios les recompensará estas acciones, sin duda alguna.

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