Fortunato, persona otrora llena de energía y entusiasmo, acudió a mi consultorio, refiriendo que antes se consentía inmune a los atropellos, agresiones, abusos, injusticias y a una larga lista de violaciones a sus derechos humanos y ciudadanos, pero que hoy se concibe sumamente vulnerable e impotente ante la agudización de la problemática que enfrentamos como sociedad; lamento mucho, me dijo, el sentirme a punto de claudicar en mi firme propósito de mantenerme siempre ecuánime ante la sombra de la adversidad; yo sé, continuó diciendo, que siempre hay una solución para todo problema, y estando ya muy avanzada la tecnología y la ciencia, se me ocurrió venir a verlo, para que me informe si ya existe una vacuna contra el virus de la desesperanza, y si la hay, saber si aún estoy a tiempo para vacunarme.

Al escuchar el comentario de Fortunato y tratar de interpretar fielmente su sentir, inhibí el impulso por contestar a su pregunta de una manera profesional, esto, por lo difícil que resulta, el creer que existía en realidad el virus de la desesperanza, más, he de confesar, que no pude evitar sentirme contagiado por la pesadumbre que lo acompañaba, entonces me dije: debería de investigar cuántas personas en estos momentos están siendo afectadas por la desesperanza, cuántas personas hemos confiado una y otra vez en la figuras públicas que aspiran a ocupar un cargo dentro de la estructura gubernamental y que prometen poner finiquito a todo lo que está incidiendo en la perpetuidad de los problemas sociales que ocupan los primeros lugares dentro de la prioridades por atender. No pude evitar que mi expresión corporal pusiera en evidencia, el hecho de que efectivamente el sólo escuchar a Fortunato, me hacía sentir afectado por un sentimiento similar, y hablándole con la verdad le dije que la única vacuna que conocía contra la desesperanza era la fe; más culto y letrado como es este hombre y reconociendo en mí a una persona espiritual, me respondió definiendo el concepto de fe según la Biblia: “la fe, es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1) Y aprovechando el significado del concepto, le dije: Hay que considerar, que siendo personas de buena fe, siempre estamos esperando respuestas favorables a aquello que anhelamos, más eso implica, el confiar en los hombres que consideramos líderes  o precursores del bienestar, de hecho, en ese caso los vemos, pero no vemos concretadas sus buenas obras.  Yo me refiero, le dije a Fortunato, a la fe y la esperanza que ponemos en Dios, a quien no vemos, pero sí nos mueve una confianza absoluta para resolver nuestras necesidades, de ahí, que si existiera una vacuna contra la desesperanza, ésta nos llegaría a través de las virtudes teologales, como son, la fe, la esperanza y la caridad.

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