Un buen día caminaba por el huerto de abuelo Virgilio, acompañado por mi primo Gilberto, y cuando teníamos hambre, tomábamos la fruta que estaba al alcance de la mano, mas, llegó el tiempo de la cosecha, y el abuelo nos dio la orden de cortar la fruta, pero a pesar de tener escalera, había algunos frutos que tuvieron que quedarse en el árbol, pues se encontraban muy altos, entonces Gilberto decía “serán comida de pájaros”, pero a mí no me gustaba la idea de dejarlos ahí, sobre todo, había visualizado una hermosa pera de las que conocíamos como pera de leche, era de buen tamaño, se veía chapeada de un color rosa pálido, intenté en varias ocasiones bajarla, pero fracasaba en mi intento, ni siquiera mi primo que era muy hábil para trepar a los árboles pudo bajarla; mas yo no quería darme por vencido, de hecho, iba todos los días a la hora en que llegaban los pájaros para espantarlos, mi primo me invitaba a abandonar mi intensión; me decía que podíamos conseguir una pera igual o mejor con un vecino que se dedicaba a empacar fruta de la región, pero yo seguía obsesionado con lograr mi empresa, así es que conseguí un largo carrizo e hice una brevera, y subiéndome a la escalera, pude por fin lograr mi propósito, pero cuál fue mi sorpresa, al ver que el lado que no lograba ver se encontraba ya comido por los pájaros; entonces mi primo soltó tremendas carcajadas y repetía: Te lo dije, el fruto más alto siempre termina siendo comida de pájaros.
Recordé esta anécdota porque el año pasado, me regalaron una poda de una planta trepadora, que según me dijeron, tenía como atributo el florear de varios colores; y de ser tan pequeña la poda y habiéndomela obsequiado cercana al invierno pensé que no lograría prender; aunque el invierno no fue muy inclemente, la planta parecía que había dejado de existir, pero para mi sorpresa, después de una pertinaz lluvia brotó de nuevo, y con la llegada de la primavera, empezó a crecer de manera sorprendente, la acerqué entonces a la ventana para que trepara por el protector de fierro y efectivamente trepó con tal sutileza y arte, quedando admirado, pero, al ver que se saldría del encuadre del protector, quise guiarla lateralmente, pero en repetidas veces la planta volvía a buscar altura con una verticalidad sorprendente, terminé mejor por ver su desarrollo natural; y estando sentado en el comedor, observando a la planta, en el tramo que se había adherido al protector de fierro, de pronto llegó un viento, de velocidad apreciable, el cuál movía las ramas de un árbol de Nim de buena altura, que creció de forma natural, en la parte posterior de mi hogar, muy cercano a la orilla del canal de agua pluvial, y pude apreciar, que sobre el cristal de la mesa del comedor se reflejaba una figura semejando una cruz, de la cual, el follaje que la cubría diseñaba una figura semejante al contorno humano.
Pensé en los efectos de los días que tenemos en cuarentena, ya que he respetado las indicaciones de quedarme en casa y supuse que habiendo orado todos los días pidiéndole a Dios por el término de la contingencia epidemiológica, buscaba con afán una respuesta de la divinidad. Al segundo día de la ilusión óptica y habiéndole platicado a mi esposa, dibujé lo que apreciaba, desde luego, no he sido muy favorecido con el arte del dibujo, por lo que a María Elena le pareció un tanto infantil.
“Y el Señor les dijo: Si tuviereis fe tan grande como un granito de mostaza, diréis a ese moral: Arráncate de raíz, trasplántate en el mar, y os obedecerá” (Lc 17:6).

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