La política libra batalla por el control de las palabras, su significado y la manera de definir el mundo. Los políticos por siempre se disputan el sentido de las creencias y valores de los ciudadanos. El campo de batalla es el espacio de redes sociales y medios de comunicación, donde se discuten supuestos escándalos morales que acaparan el debate mientras por debajo ocurren cosas que pasan inadvertidas. La mañanera de López es un ejemplo típico.

La política es permanente guerra cultural pues la sociedad no tiene orden dado. Los motivos de cómo nos agrupamos, en torno a qué objetivos y hacia qué horizontes, es resultado de la batalla política por dar sentido a las cosas que nos pasan. La política democrática que no se practica en México exige encuentro, argumentación, diálogo, persuasión, votación entre adversarios.

El ensayista español José María Lassalle, dice que hay quien busca que una parte importante de la sociedad que responde a patrón conservador, con visión moral de cómo organizar la sociedad, esté en shock. El objetivo, desestabilizar un modelo democrático. En democracia no se resuelven los conflictos con un voto más sobre otro, sumando mayoría. Implica mecanismo deliberativo; entender que no se tiene una verdad detrás que trata de imponer. El liberalismo relativiza la propia verdad pues entiende que la democracia lo que aporta no es un mecanismo de solución de conflictos sobre la base de mayoría, sino sobre una metodología que implica negociación, empatía, tolerancia, pluralismo en una estructura institucionalizada que contribuye a ello. López es un ultraconservador, sólo “sus datos”.

Hay dos cuestiones para entender cómo se construyen guerras culturales: Qué asunto se cuela en el campo de combate y quién lucha en él. Cualquier tema sobre el cual hay disputa es tema político. Cuando los temas no se politizan, se quedan como están. Es la López-manera, que no se politice, así no hay diálogo, negociación y acuerdo. Es su palabra la que se impone. Alguien politiza un tema porque no está satisfecho con cómo sucede la cosa. Si nadie lo hubiera politizado nadie podría haberse quejado y ese tema no se habría. La esclavitud en EE. UU., no fue tema político, quienes la sufrían, lo hacían en silencio. Cuando se politizó se cambió. Cuando alguien dice que hay un tema que no se debe politizar lo que dice es: sobre eso no discutamos, dejémoslo como está. También participan en la batalla los que no bajan a la arena política, pero hacen trabajo político; intelectuales, opinadores, generadores de noticias. La libran todos los ciudadanos en el día a día dentro de sus posibilidades o de los altavoces que tengan.

El pensamiento liberal no defiende monopolios. Adam Smith, liberal, decía, siempre que dos o más empresarios se reúnen, es para conspirar contra el mercado, por eso es necesario incorporar el Estado en el funcionamiento del mercado. Una razón por la que hay que dar la batalla cultural es porque las políticas liberales traen más ideas, acciones, libertad y prosperidad para los que están peor.

COVID- 19 inclina la balanza. Los efectos del virus y la reacción a él muestran que el neoliberalismo tiene patas de barro. Es mentira que nos salvábamos si cada uno íbamos a lo nuestro, que las sociedades con un Estado o servicios públicos débiles eran las más fuertes. La sanidad pública reventó. Es mentira que la sociedad no existe y solo existan individuos. COVID- 19 muestra que existe sociedad que debe ser reforzada, que existe el bien común y que la representación de ese bien común corresponde a las instituciones públicas, a la soberanía popular y al Estado, que debe estar a su servicio. La López-manera es destruir la soberanía e instituciones.

El pensamiento liberal defiende el estatalismo y reflexiona sobre la necesidad del Estado, porque es consecuencia de la modernidad política y de la articulación de la soberanía que introduce la ley como factor de estabilidad. El Estado es inevitable si queremos hablar de civilización y no de barbarie. La disputa más importante que recorre la historia social es la disputa por la democracia. Y no es disputa porque se pueda votar, es por si un país debe estar regido por los que tienen mucho dinero o por los cualquiera, si el pueblo puede ser libre, puede gobernarse a sí mismo y crear condiciones para que nadie viva con miedo, con miedo a no llegar a fin de mes, con miedo a venderse a otros para ganarse su sustento. La democracia como derecho a ser recíprocamente libre, es una disputa permanente