¡Cuánto desee tener una hija! ¡Dios como soñaba con esa niña, desde que apenas tuve conciencia de que podía en algún momento convertirme en mamá!

Recuerdo que cuando estudiaba en la Ciudad de México, en esos días en que me daba tiempo para visitar alguno de los grandes almacenes de ropa, siempre paraba en la sección de niñas, justo donde me detenía a tocar y sentir esos vestidos tan delicados y suaves, con toques muy femeninos, como moñitos y listones multicolores, soñando con mi pequeña, a la que había bautizado como Claudia Elizabeth, y a la que ya veía con sus accesorios sobre su cabeza, sonriente y manoteando. 

Nunca llegó. Muchos años lloré su ausencia a pesar de haber tenido la dicha de tener tres hijos varones. Siempre me hizo falta, un vacío se quedó en mi al no ver convertidas en realidad aquellas imágenes tan añoradas desde mi juventud. Mi abuelita decía que una mujercita en la familia aseguraba una taza de café y una buena charla, para cuando llegara la vejez. 

Ahora sé que Dios nunca se equivoca. Hace algunos años, cuando empezó a hacerse común recibir llamadas de extorsionadores, escuché la voz de una joven pidiendo auxilio a su madre, porque supuestamente había sido secuestrada y le estaban haciendo daño. 

Ese día me arrodillé, y agradecí con todo mi corazón, que Claudia Elizabeth nunca llegara a mis brazos. Sé que me perdí de muchos momentos maravillosos de haberla tenido y al verla crecer, pero también reconozco, que gracias a Dios no viví la angustia inenarrable de los padres que sufren esta experiencia. 

Nacer mujer desde antaño ha sido un pecado entre sociedades dominadas por el paternalismo que anida y fomenta el machismo en el hombre y permite el sometimiento y la humillación de las mujeres en su propia familia. La violencia física y emocional se palpa día a día, y se recrea en los menores, con el ejemplo de sus padres, que repiten patrones culturales heredados de sus progenitores.

Prácticas de costumbres ancestrales como la venta de las niñas, la concertación de matrimonios infantiles, la tortura, la mutilación femenina, el aborto del producto en cuanto se conoce su género, o el asesinato en el momento de su nacimiento, explotación sexual, violaciones y desaparición forzada, están presentes en pleno siglo XXI con todo lo que implica no solo para la mujer, sino para la sociedad en general. 

Pero actualmente, la violencia de género ha rebasado todos los límites imaginados; la sociedad y sus formas de gobierno, han sido incapaces de crear un espacio seguro para el desarrollo físico y emocional, familiar, laboral y cultural, para quien ha nacido, sin elegirlo, mujer, en un mundo de hombres, organizado para y por los hombres. Podemos decir sin temor a equivocarnos, que hoy en día raya en una tragedia social, con el incremento irracional de los feminicidios de niñas, adolescentes y jóvenes, que son materialmente cazadas por depredadores en el momento menos esperado. 

En México, de enero a la fecha, se han registrado 229 feminicidios; en Nuevo León, en lo que va del año, al menos una mujer ha sido asesinada cada semana, según datos de la FGJE que reporta 21 casos, al corte del 24 de abril de 2022 y para colmo algunos medios de comunicación de forma irresponsable terminan por revictimizarla, criticando su conducta o su forma de vestir, casi, casi, declarándola culpable de lo que le pasó, convirtiendo en un show mediático la desgracia de sus padres, en lugar de exigir justicia. 

Los asesinatos de María Fernanda Contreras en los primeros días de abril y apenas dos semanas después el de Debanhi Escobar y ahora la búsqueda de Yolanda Martínez, son apenas la punta del iceberg de un problema mayor que incluye la desaparición de 300 mujeres en lo que del año en esta entidad. Una a una, siguen apareciendo muertas, sólo cambia su nombre. Algunas más, por suerte, son encontradas con vida, pero la gran mayoría solo quedan como parte de una estadística fría e indiferente en los anales de los registros policiales, sin nombre, sin rostro, solo un número. 

Mientras la ciencia y la tecnología avanzan, mientras el conocimiento de todo aquello que existe en el universo nos resulta cada vez más fácil de comprender, la mujer sigue siendo el objeto receptor de la frustración y la rabia del hombre impotente que no deja de mirarla como un objeto de su propiedad, al que usa y manipula, y al que lejos de valorar, despersonaliza, somete, agrede y destruye. 

La gran pregunta: ¿cómo empoderar a la mujer para que pueda defender su derecho a existir?  “Al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”: Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo. 

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