Ayer pasó a mi lado el tiempo y no se detuvo, por ello se lo agradecí fingiendo no haberlo visto, siguió de frente, mientras que yo tímidamente volteé a verlo alejarse y pude ver lo que a su paso iba dejando: árboles que parecían más viejos, más secos, tanto que se volvieron invisibles para que las aves no pudieran posarse sobre sus ramas; el polvo del camino se levantaba como si en verdad alguien lo pisara, carente de pasto, jardines tan apreciados de ayer, hoy carentes de vida, mientras que la tierra agónica, sin fuerzas, apenas sí se quejaba de todo aquello que sucedía; más triste fue ver cómo el vigor  se evaporaba de aquellos cuerpos iluminados por la luz de la alegría, de una jovialidad palpitante, cuerpos, que ahora suspiran por la pérdida del control, pero que terminó por liberar el alma, cuando parecía que la libertad de la voluntad se pierde.

Ahora, el caminar de la gente se volvió lento, ya nadie tiene prisa, ya los anhelos no tienen fuerza para imprimirle velocidad a la materia, y el pensamiento es ocupado por las preocupaciones que buscan cómo paliar las múltiples dolencias de la fragmentada integridad del cuerpo.

Mi presencia, por más invisible, no pasó desapercibida en aquel lugar donde se entrecruzan la indiferencia con el olvido, allá donde se encuentra la línea imaginaria de la transición, entre la inolvidable juventud de las intransigencias, con la pasividad de la fatigada conciencia, que no pudo librarse de las huellas del implacable tiempo, que le apura al ser, a perder la identidad preciada, por eso, algunos saludaron con familiaridad lejana, mientras que otros, con franca duda, tanta, que no me reconocieron, más aunque pareciera increíble, alguien al fin se detuvo, tal vez por la curiosidad de verme parado en medio de la nada, con la mirada perdida, evitando ser arrastrado por la inercia de aquel viento que iba dejando a su paso el tiempo. ¿En qué piensas? me preguntó curioso ¿Qué estás viendo? ¿Te pasa algo? A lo que contesté con voz callada, casi temblorosa: ¿Ya se fue? ¿Quién se fue? Pregunto el curioso. El tiempo, le respondí presuroso. Sí, ya se fue, lo sentí al pasar junto a mí, mientras yo fingía que era un objeto, dijo muy seguro el ocasional  e inesperado ser viviente, pero en su paso fue dejando árboles viejos, pasto seco y cuerpos humanos,  otrora sanos y fuertes, hoy con miedo y de ánimo desplomado, que en su momento sintieron que con su vigor podrían cambiar al mundo, pero se olvidaron que para ello, se requería más tiempo.

 

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