Vivimos tiempos donde la afirmación fácil reina sobre la demostración rigurosa. En polÃtica, en medios de comunicación, en redes sociales, incluso en el mundo académico, se ha perdido la distinción fundamental entre opinar y demostrar. La ciencia, entendida en su sentido más puro como el conocimiento basado en causas verdaderas y necesarias, ha sido reemplazada por un cúmulo de conjeturas que no se encadenan ni sostienen entre sÃ.
Demostrar algo no es simplemente repetirlo muchas veces o presentarlo con seguridad. Demostrar es conocer el porqué de las cosas, no sólo que son asÃ, sino necesariamente asÃ. Es descubrir causas verdaderas y establecer principios firmes, que no dependan de la casualidad ni de la autoridad. Hoy, en cambio, basta con que una opinión sea popular, emocional o escandalosa para que sea aceptada como si fuera una conclusión cierta.
La ciencia de la demostración exige paciencia, método y rigor. Supone partir de principios que son verdaderos, inmediatos, conocidos por sà mismos. No se puede demostrar todo: Hay verdades que son punto de partida. Pero una vez aceptados esos principios, el conocimiento avanza con necesidad, no con capricho. En cambio, ahora se salta de afirmación en afirmación sin fundamento, como si cada quien pudiera construir su propio edificio del saber sobre arenas movedizas.
Esta crisis de la demostración tiene consecuencias graves. Sin conocimiento cierto, sólo nos queda la persuasión, el arte de manipular emociones. Las decisiones públicas, las leyes, la educación, todo se degrada cuando no se exige una justificación real, sino apenas una impresión superficial. Y lo que es peor: Nos acostumbramos a vivir en un mundo sin verdad, donde todo parece igual de válido, donde nada se puede exigir como verdadero.
Recuperar la ciencia de la demostración no es un lujo académico: Es una necesidad vital. No se puede construir una civilización duradera sobre la base de suposiciones volátiles. Urge recordar que no todo saber es igual, que no toda afirmación merece crédito, que sólo el conocimiento verdadero -el que entiende las causas necesarias- es digno de confianza. Mientras no volvamos a ese ideal, seguiremos navegando a la deriva, guiados no por la verdad, sino por el viento cambiante de la opinión.