“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño, mas, cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (Corintios 13-11).
Me preguntaron un día, si los temores de niño son mayores que los temores de adulto, o si son los mismos, tomando en cuenta, que todos aquellos temores que no se lograron enfrentar de niño, se hicieron mayores al persistir el sentimiento de inseguridad, y la inseguridad, me decían, es un detonante para recordar todo aquello que intimida.
El miedo es una emoción primaria, y se le considera indispensable en la evolución del ser humano, los miedos pueden desaparecer o disminuir con el tiempo, pero en caso de continuar y ser percibidos como una amenaza, pueden condicionar respuestas exageradas en el niño o el adolescente y pueden convertirse en fobias.
Sin duda para los que hemos enfrentado el miedo desde la niñez, ha sido importante el poder contar con el apoyo de nuestros padres; en mi caso, el enfoque que le daba cada uno al problema era diferente; mi madre, siempre que se percataba de mis temores, inmediatamente me abrazaba, y recuerdo que me describía con palabras muy conciliadoras la situación, primero me decía que no debería de temer a nada mientras ella estuviera cerca, y segundo, trataba de definir la situación de una manera sencilla para que pudiera entender que aquello que me intimidaba era parte de las características del entorno, de tal manera, que si eran ruidos extraños, me mostraba de dónde provenían, si se trataba de figuras fantasmales, me tomaba de la mano y me llevaba hasta el sitio donde se proyectaban las sombras, y me mostraba que sólo eran un efecto de la luz; en cambio mi padre, primero trataba de ponderar los valores que distinguían a los varones, entre ellos describía la valentía, la fortaleza y la seguridad en sí mismo, para enfrentar lo que llamaba experiencias desagradables, y cuando me negaba a correr el velo de lo desconocido, él perdía la paciencia y se molestaba, entonces me hablaba de los antivalores como la cobardía, la extrema timidez, y la falta de confianza en sí mismo, nunca me tomó de la mano como lo hacía mi madre para sentirme seguro y así enfrentar mis temores.
Cuando he platicado, otras veces, sobre el tema que hoy nos ocupa, la mayoría de las personas, le dan más crédito a mi madre que a mi padre, en la manera de manejar la situación para controlar el miedo, más yo les digo, que la técnica de mi padre también fue efectiva, pues si así no lo hubiera hecho con plena conciencia, y sólo exhibiera una condición machista, para mí siempre significó un gran reto y como decía mi estimado y siempre recordado mejor amigo y más que hermano Antonio Ángel Beltrán Castro, cuando veía que a pesar de las dificultades siempre lograba mi objetivo: Compadre, tienes la capacidad de crecerte al castigo.
Cuando mis nietos me preguntan si tengo miedo, les contesto: Dese luego que tengo miedo, mi mayor miedo es no lograr transmitirles a ustedes que el miedo es necesario para conocer nuestros límites y para valorar todo lo bueno que tenemos en la vida para allegarnos felicidad, y que es necesario dejar de temerle al amor, porque el que ama y tiene fe en la fuente original del mismo, encontrará el camino, la verdad y la vida para la eternidad.
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