Ayer te vi tan desesperado, que pude intuir que necesitabas de mí  y aunque no entiendo tu lenguaje, sí pude interpretar que era a mí a quien buscabas, por eso me quede ahí, parado frente a ti, extendí mi brazo derecho y te ofrecí mi mano para que descansaras sobre ella, para que parara tu interminable y rápido aleteo, pero tú, desconfiado, seguías aleteando, recorriendo con el escáner de tus maravillosos ojos cada parte de mi cuerpo; sí, ya lo sé, no soy igual a ti, pero puedo asegurarte que los dos somos una creación de Dios, de ahí que nuestra vital esencia nos permite tener esta proximidad espiritual.

Hoy tendrás lo que me pediste, y entonces, podrás sentirte seguro en este entorno que cada vez te es más hostil, pues los hombres hemos desaparecido muchos elementos naturales de tu hábitat, ahí donde con toda libertad podías volar, alimentarte, resguardarte, anidar y reproducirte para cumplir con la misión que el Altísimo te confirió.

Confía en mí, aunque no lo merezca, no te intimide la dimensión de mi figura, jamás podría hacerte daño, de hecho, he sido el guardián que vela por tu sobrevivencia y por tu seguridad desde hace unos años, Él me pido te cuidara y a la vez te pidió que cuidaras de mí ¿Qué acaso no te has dado cuenta de mi presencia, cuando tú montas guardia frente a mi ventana, en el lugar preciso donde pueda contemplarte y puedas recibir de mí las vibraciones de amor que te obsequio con mi mirada?

Tu corazón sigue palpitando, tu calor sigue fijo en la palma de mi mano, tus colores siguen deleitando mi mirada, y aunque no te poses en mí, yo sé que un día no muy lejano, sentiré de nuevo posarte en la palma de mi mano, porque tú siempre serás mi hermano.

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