¿Adónde vamos abuelo? Preguntó José Manuel, mi nieto de 8 años. Vamos a donde nos llevé el corazón de los recuerdos, le respondí. ¿Y cómo se puede llegar a los recuerdos? Siguiendo la ruta del amor. ¿Abuelo, yo estoy en tu corazón? Tú estás en el corazón de todos los que te aman, yo soy uno de ellos, te he amado desde antes de que nacieras, pero no vives en mí como un recuerdo, porque ambos compartimos nuestro tiempo en vida.

Algún día yo seré un recuerdo en tu corazón, de ahí que entre más tiempo pasemos juntos, el recuerdo podría ser tan grande que despertaría la memoria de los genes donde habita la esencia que me dio el ser, esto, para garantizar la continuidad de mi todo. Los grandes recuerdos se vuelven realidad y regresan al mundo a ocupar un espacio de los nuevos tiempos en el corazón de todo los que ama y le aman.

José Manuel atendía solemnemente mis comentarios, sus grandes ojos parecían buscar dentro de sí una respuesta a ese confuso diálogo que sostenía con él, de hecho, no sé por qué le estaba narrando una historia tan confusa, pero por un momento me pareció que su mente se abrió al conocimiento de un misterio que podía encerrar una verdad divulgada por el Hijo del hombre.

Ahora que sigue, dijo mi nieto. Hagamos un pequeño ejercicio mental, le dije, intentemos utilizar la técnica de la reminiscencia, veamos algunas fotos y pongamos un poco de música del tiempo en el que se produjo la vivencia y se guardó en nuestra memoria; tomé un viejo álbum de fotos familiares y de pronto me topé con una foto de uno de los autos, propiedad de mi padre, en el cual solíamos viajar cuando visitábamos a mis abuelos, tanto maternos como paternos. Mira, le dije, ahí voy yo en el asiento trasero, en la ventanilla del lado derecho; el niño tomó la foto en sus manos y la acercó a sus ojos y respondió: No abuelo, ahí no hay nadie, es sólo la foto de un auto.

Mírala bien, José. Definitivamente no estas tú. Ahora te explico, estás en lo cierto, tú no puedes verlo, porque no viviste en ese tiempo, no tienes ese recuerdo grabado en tu memoria, pero yo viajé lo suficiente en ese auto al lado de mis padres y mis hermanos, que podía describirte lo que observé cada kilómetro recorrido, los paisajes, la gente deambulando por los laterales de la carretera, los cúmulos de albas nubes, adornando un cielo de un azul tan claro que parecían los ojos del mismo Dios, que siempre nos acompañó en los recorridos, el sonido de los neumáticos cuando rodaban por el pavimento de la carretera, el olor del campo, los animales pastando en las planicies sin límites de propiedad, pero sobre todo, recuerdo con gran gozo, la cara de satisfacción, las risas, las anécdotas, los consejos de mis progenitores que  siempre compartían en nuestros viajes familiares.

En este, mi corazón de los recuerdos, todos estos viven con la misma luz y nitidez de nuestros felices días.

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