Comprender como ciertos personajes históricos concebían la democracia me lleva a reflexionar y estudiar con mayor claridad cómo deberíamos definirla en el mundo actual. Para Polibio, debió ser especialmente difícil aplicar los ideales democráticos formulados en la Grecia clásica, y adaptarlos a la época convulsa y decadente que le tocó vivir. Su pensamiento se basa, en parte, en su experiencia directa como testigo de la caída del mundo griego y del ascenso de Roma, una transición que marcó en gran medida su manera de entender el poder y sus ciclos.

Polibio provenía de una familia aristocrática, fue educado en un ambiente altamente político y militar, lo que permitió desarrollar una sólida formación intelectual desde temprana edad. Mas adelante, en su estancia en Roma pudo observar de cerca el funcionamiento del poder en una de las repúblicas más destacadas de la historia.

La democracia —decía Polibio— es solo una etapa dentro de un ciclo político en constante cambio llamado “anaciclosis”, avanza de forma natural hacia su degradación y eventual sustitución. El ciclo político inicia cuando un líder sabio organiza a una sociedad, en lo que el llamaría “monarquía virtuosa”. Después, ese líder con el tiempo se corrompe y la transforma en una “Tiranía” pues este solamente busca su propio interés y beneficio. Posteriormente, la “Tiranía” es derrocada y un grupo de ciudadanos —afirmaba Polibio— generalmente más “sabios y virtuosos” asumen el poder, y representan a un gobierno de “elite razonada”. Sin embargo, más adelante, dicha “elite virtuosa o razonada” se transforma y empieza a gobernar para su propio provecho, excluyendo al pueblo, por lo tanto, el poder se concentra en ricos e influyentes y se convierte en una “Oligarquía”. Así, pasado un tiempo, el pueblo se levanta contra la llamada “Oligarquía” y exige un gobierno responsable donde todos participen, basado en leyes, que haya libertad, con elecciones libres y justas, lo que conocemos por “Democracia”. Finalmente, se concluye este ciclo cuando aparece la “Oclocracia”, —Polibio lo llamaba el gobierno de las muchedumbres— es una forma autoritaria de gobierno, es ahí donde las masas, o quienes dicen las representan pierden el sentido de justicia, se impone el fanatismo, y no la razón, el pueblo se vuelve el medio para los fines de intereses particulares y termina reinando el caos y la anarquía, Maquiavelo la consideraba el peor de los sistemas políticos. Luego, en medio de ese desorden, surge un nuevo líder fuerte, tal como sucedió en la monarquía inicial y el ciclo se repite.

El pensamiento de Polibio no se limitaba a la democracia, su análisis era más amplio, se enfocaba en comprender la dinámica entre la sociedad y las distintas formas de gobierno que la organizaban. Su verdadera preocupación, era cómo evitar que cualquier forma de gobierno, incluida la democracia, se degradara en su versión más corrupta. Es evidente que, a pesar del avance que ha alcanzado la humanidad, el equilibrio sigue siendo un ingrediente esencial que debe estar presente en toda sociedad, tal como lo ha demostrado la historia una y otra vez. Por ello, Polibio sugería que no se debía permanecer en una sola forma de gobierno, sino que era necesario combinarlas y equilibrarlas. Admiraba el sistema político romano, al que consideraba una constitución mixta, ya que combinaba elementos de monarquía —los cónsules—, aristocracia —el senado—, y la democracia —los comicios del pueblo—. Esta combinación, es decir, un sistema mixto, generaba de alguna manera estabilidad, al impedir que el poder se concentrara en una sola entidad institucional. Este equilibrio era lo que protegía al sistema de su propia decadencia, algo que difícilmente podía alcanzarse en una forma de gobierno sin contrapesos.

Si bien, Polibio retoma de Aristóteles la clasificación de las formas de gobierno y sus posibles desviaciones, su enfoque subraya que estas no solo existen como tipos estáticos, sino que forman parte de un proceso natural y recurrente de ascenso, y decadencia. Esta observación polibiana está plasmado en su conocido ciclo, nacido de la observación directa del sistema romano, que marcó una diferencia significativa respecto al pensamiento idealista aristotélico.

En suma, aunque Polibio no hablaba explícitamente de una división de poderes, como la que siglos después desarrollaría Montesquieu, su propuesta sobre una constitución mixta, basada en el equilibrio entre diversas formas de autoridad, de alguna manera anticipa en el fondo ese mismo principio. En ambos casos, lo que se busca es evitar la concentración del poder mediante estructuras que se detengan y equilibren entre sí. El mensaje de Polibio es claro, tal como lo expone dentro de su libro VI de Historias, donde analiza cómo toda forma de gobierno inevitablemente se degrada y corrompe, sino existen límites ni contrapesos.

Polibio no idealizó a la democracia, la analizó con la sensatez de quien comprende su fragilidad y riesgo de deterioro. Hoy, más de dos mil años después, su advertencia sigue siendo relevante: sin equilibrio institucional, incluso la forma de gobierno más justa puede volverse en su propia contradicción. Según el Índice de Democracia de “The Economist”, menos del 8% de la población en el mundo vive en una democracia plena, mientras que el 90% lo hace bajo regímenes catalogados como “democracias defectuosas, híbridas, simuladas o autoritarias”. Con la mirada de Polibio, quizá el secreto no sea simplemente mantener la democracia, sino insistir en que exista un equilibrio real entre instituciones fuertes, para que los elementos esenciales de ese sistema —el bienestar, la igualdad, la justicia y la libertad— puedan sostenerse y dar lugar a un orden político duradero.

Polibio comprendió que en la política debe buscarse el equilibrio, un principio que distintas culturas han reconocido a lo largo de la historia con diversos nombres, aunque difícilmente alcanzado. Tal vez, como han afirmado algunos estudiosos, el gobierno no es más que el reflejo de su sociedad. Y si ese equilibrio nos falta como Nación, quizá estamos demostrando que no le hemos dado suficiente importancia a la forma en que se están tomando las decisiones que nos gobiernan, y los sistemas políticos podrían terminar tal como lo indica el “ciclo polibiano” en una “Oclocracia”.

Según lo advirtió Montesquieu, “el poder debe frenar al poder”, esta idea, plasmada siglos después, continúa siendo uno de los pilares del equilibrio político, su permanencia, no solo depende de las leyes, sino de la conciencia activa de la sociedad que las sostiene. De no ser así, ya sabemos —siguiendo a Polibio— lo que el futuro nos depara como Nación.