Que el tiempo no perdona. Suelen decir los pesimistas, pero no hay otra fuerza más poderosa que el amor, y para quien ama, no hay imposibles. Podría no ser nadie para muchos, pero, me bastaría ser importante para una sola persona, importante hoy, importante siempre. Ella me veía cuando nadie podía hacerlo, me sintió primero que nadie, me amó y me ama de siempre. Nací y crecí bajo su cuidado, me tomó de la mano para no caer, me vistió cuando tuve frío, me dio de comer cuando tenía hambre, me cuidó en la enfermedad, lloró mis tristezas y se regocijó con mis triunfos, alentó mis anhelos, confió en mí y me dio, sin esperar nada a cambio y cuando ya estuve en condiciones de emprender el vuelo, me bendijo, obsequiándome las herramientas para abrirme paso en la vida, entre todas ellas, me regaló una planta para que alegrara  mi espíritu, la planta me ha acompañado durante 42 años, e igual nunca me exigió nada, pasó calores y fríos, algunas tempestades y jamás se dio por vencida; un buen día, la planta se dividió en 2, pensé entonces que era necesario plantar el nuevo brote en otro lugar, mas al intentarlo la planta original dio muestras de deterioro de su vitalidad, motivo por el cuál, desistí de la intensión de la separación, comprobando con ello la revitalización de la original.

Al paso de los años, en una de sus hojas anidó un colibrí, y al poco tiempo nacieron 2 polluelos, mismos que se marcharon cuando terminaron de emplumar. Con la llegada de la pandemia de Covid-19 dejé de ver a los colibríes por 2 años, y un buen día  me encuentro uno atrapado en el cuarto de lavado, lo rescaté y lo dejé ir, pero regresó una y otra vez, rescatándolo en 4 ocasiones, curiosamente, siempre que abría el puño de la mano para dejarlo ir, la pequeña ave permanecía en la palma de la misma por un par de minutos, después regresaba al pequeño jardín, por lo que decidí poner un aditamento para alimentarlo, y desde el se me octubre del presente año, el colibrí se posa en una pequeña rama frente a la ventana del comedor, ahí donde el pueda verme y yo pueda verlo, desde entonces lo bautizamos como el centinela. Algunos de mis nietos piensan que lo hace por gratitud, yo pienso, que es un mensajero espiritual, que de posarse en un inicio de nuestra relación temerosamente en la palma de mi mano, algún día lo hará sin ningún temor para confirmar lo dicho.

“Cuando, empero, venga el Espíritu de verdad, él os enseñará todas las verdades necesarias para la salvación; pues no hablará de suyo, sino que dirá todas las cosas que habrá oído y os prenunciará las venideras” (Jn 16: 13).

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