Hay cosas tan importantes en la vida, que por la superficialidad con la que vivimos suelen pasar desapercibidas. Mucho se habla de la manera tan rápida que se vive en estos tiempos, un día te acuestas por la noche de un lunes y despiertas por la mañana de un sábado, y en un abrir y cerrar de ojos, de pronto te vez de nuevo acostándote por la noche de un lunes. Cuántas personas interactúan con nosotros diariamente en nuestro hogar, en la calle, en el trabajo, recibiendo de ellos un saludo en la distancia, un apretón de manos, una palmada en el hombro, un cálido y sincero abrazo, o un beso en la mejilla, pero si no estamos con plena consciencia en el momento del contacto, nada de lo que ahí sucede podrá dejar una huella en nuestra memoria. Pero, ¿qué nos detiene para concientizarnos en cada uno de nuestros actos de relación cotidiana? La verdad, no creo que no tengamos ningún interés en fomentar las buenas relaciones humanas, sobre todo, si en muchas de ellas se puede percibir cómo fluye la energía positiva para alimentar nuestro espíritu.
Las personas que se acercan a nosotros, desde mi muy particular enfoque, siempre tienen un interés genuino por hacer contacto, pero más allá de ese interés que pudiera ser material o emocional, hay un motivo aún más poderoso, promovido por la atracción que ejerce el ente espiritual que habita nuestros cuerpos, que definitivamente es parte de un todo que nos llama a permanecer unidos para generar la fuerza que mueve el universo y que todos conocemos como amor.
Llegó buscando mi ayuda sin importarle la clase de persona que era, pero antes de hablar sobre sus mortificaciones, se ofreció a ayudarme, sin conocer lo que yo necesitaba, y me dijo: Soy carpintero, sé que tiene algo que componer en su vida; en seguida se dio un ameno diálogo sustentado en la confianza; el hablar con honestidad nos permitió conocernos más a fondo y después se ofreció hacerme una cruz un poco menos pesada que la que hasta ahora llevaba a cuestas, pero no tal ligera, que no pudiera reconocer, que muchas veces, el peso de la misma, no depende de lo que otros nos transfieran, si no de nuestra inconsciente tendencia de cargar con todo aquello que mentalmente pesa más y nos hace caer repetidas veces.
Después de recibir sus consideraciones le dije: Yo soy médico y se lo que lo ha atraído hacia mí, reconozco cuál es su dolor, y si bien no tengo el poder para sanarlo totalmente, por el sólo hecho de ayudarme con mi cruz, le aseguro que se sentirá mejor, porque el que ha concertado este encuentro, nos conoce aún más que nosotros mismos y es su voluntad que ambos sanemos.

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