Hoy quiero recordar a los creyentes que el centro de la vida cristiana es la Santa Misa, que es la celebración del sacrificio redentor de Jesucristo por todo el género humano, y esta misa cuando se participa de ella en el domingo adquiere un sentido diferente, y en ella se escucha la Palabra de Dios escrita en la Biblia, la cual se convierte en fuerza, luz, criterio de vida y ayuda para vivir mejor durante la semana.
Este domingo, la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio recuerda que los preceptos y mandatos nacen de la voluntad generosa y de la misericordia del Señor, para que la persona sea feliz y cumpliéndolos, tenga asegurado el porvenir, multiplicarse y prolongar su vida. Son leyes que sobrepasan toda ley humana y su centro es la persona; su validez no comienza por el cumplimiento, sino por la escucha y la capacidad de acogerlas en el corazón.
“Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.
La pregunta del fariseo que aparece en el texto del Evangelio, 12:28-34, no busca más que confirmar lo que su corazón intuía: que es la dinámica del Reino de Dios, el amor es la esencia de la ley. Un amor capaz de reconocer a Dios como el único Señor y al prójimo como el referente y la medida de los actos. Es así, que el primero de todos los mandamientos fluye sobre la vida de dos vertientes: Amarás al Señor, tu Dios y a tu prójimo.
Por otro lado, el amor toma forma y se expresa a través de la corporeidad humana, en todo su ser: “amarás, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, como a ti mismo. El amor aflora de la persona y hacia ella se dirige, por eso el fariseo concluye que “eso vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
El Papa Francisco recuerda: “Dice la Palabra de Dios que quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, permanece en la muerte y no ha conocido a Dios. Mi predecesor Benedicto XVI ha dicho que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios, y que el amor es en el fondo la única luz que ilumina constantemente a un mundo oscuro. Sólo si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”.
Se puede orar con palabras del Salmo 17: “Yo te amo Señor, tu eres mi fuerza. El Dios que me protege y me libera. Tú eres mi refugio, mi salvación, mi escudo, mi castillo. Cuando invoqué al Señor de mi esperanza, al punto me libró de mis enemigos”.
Que el buen Padre Dios les de su amor y su paz.

El amor
El Papa Francisco recuerda: “Dice la Palabra de Dios que quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, permanece en la muerte y no ha conocido a Dios.