Déjame moverme con la suavidad de la corriente del arroyo tranquilo, que besado por el viento vespertino, no tiene prisa por llegar, mas, si no existiere vehículo tan especial, si sólo fuese un espejismo, una ilusión creada por mi mente cansada que busca refugio en la imaginación, permíteme igual, que este anhelado reposo, llene de gozo al cuerpo y sea mimado por tu espíritu celestial; que si bien pudiera no merecer por vivir de prisa y a voluntad, con sinceridad, me acojo arrepentido a tu divina misericordia, y obséquiame tu perdón, para poder reposar en la vecindad de la memoria que no guarda recuerdos amargos de mi historia terrenal.
Tóqueme el amor verdadero, el de mi madre que alimenta el manantial del arroyo de mis anhelos, para que mis sueños sean placenteros al escuchar su amada voz, para que sienta el arrullo en la calidez de sus brazos, el indefenso capullo que ya no soy; tóqueme el amor del viento de las amadas caricias del padre y sus prisas, para que mi yo niño deje de soñar en la fantasía de sentirlo cerca; tóqueme el amor de los amigos de verdad, los que perdonaron mis errores, reconocieron mis virtudes y me trataron como hermano; tóqueme el amor fraterno de los hermanos consanguíneos, de los que pudieron asimilar que mi soledad crecía, al no poder hacerlos sentir, que siempre busqué lo mejor para ellos, cuando igual vagaron por el desierto del desconsuelo; tóqueme siempre el amor de la mujer que no reparó en mi pobreza, cuando decidió subirse a mi barca sin remos y veía alejarse la seguridad del amor de su casa paterna, para correr la aventura, sin saber que el mal tiempo se avecinaba, al navegar con un marinero sin conocimiento y sin destino para llegar a puerto seguro; tóqueme el amor de mis hijos y sus desesperanzas, que no vieron más fuerza en mí, que el de mis palabras que les sonaban vanas, y presenciaron con tristeza las constantes caídas, al ir cargando mi cruz a cuestas, desando que vieran con el corazón en ello, que entre más débil era mi cuerpo, más fortalecido crecía mi espíritu; tóqueme el amor de mis nietos con sus risas y sus momentos de felicidad tan consentida, que con ello, invitan al niño anhelante de amor que hay en mí, el niño que por necesidad apresuró su maduración, renunciando prematuramente a los juegos, pero que ahora no lo ve como una causa perdida, pues caminó al lado de quien es hoy y siempre, el mejor padre, el inseparable amigo, el solidario hermano, el magnánimo y sabio maestro y lleva por nombre Jesucristo.
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