Yo, cobarde, convertido en héroe gracias a una brutal borrachera de morfina, dijo el soldado republicano Juan Alonso en mayo de 1937. Sus superiores le ascendieron de teniente a capitán por el coraje ejemplar que demostró en el campo de batalla.
Drogas, hace venir a la mente narcos, Pablo Escobar o El Chapo. Imágenes; de personas aspirando cocaína en un hotel de lujo, el drogadicto tirado en una calle con jeringas sucias y contaminadas. Pensar en drogas y guerra, nos recuerda a Nixon, Reagan o George Bush; y en Fox, Calderón y Peña. Drogas y guerra tienen larga y estrecha relación, debido a su consumo por los combatientes.
El uso de drogas en contexto de guerra se vincula a virtudes terapéuticas, pero su consumo no se limitó a la práctica médica. Los gobiernos dan drogas al personal militar para mejorar su rendimiento en el campo de batalla. Los combatientes se las administraban por su cuenta, con o sin consentimiento de sus superiores. Drogas estimulantes, alcohol, cocaína y anfetaminas eran vitales para eliminar la necesidad de sueño, combatir la fatiga y reforzar el coraje. En contraste, depresores como alcohol en gran cantidad, morfina, opio, se usan para reducir el estrés en el combate y mitigar los traumas causados por la guerra.
El punto de inflexión en la relación drogas-guerra se produjo en el siglo XX. Durante la Guerra Civil Americana (1861-65), la Guerra Austria-Prusiana (1866), la Guerra Franco-Prusiana (1870-71) y la Guerra Hispano-Estadounidense (1898) al emplear de forma masiva y rutinaria, opio y morfina. Su uso fue terapéutico, aliviar el dolor físico y moral de los soldados. La situación cambió en las guerras Mundiales. Nunca antes hubo consumo masivo de drogas por los soldados. Alcohol, morfina y cocaína adquirieron protagonismo. La novedad no fue la alta tasa de consumo, su propósito iba más allá de la función terapéutica. Además de la ración diaria de alcohol, los ejércitos británico, australiano, francés y alemán, daban a sus soldados cocaína para aumentar su energía y espíritu en el combate.
En ambas Guerras se mantuvo la tendencia de consumo masivo de alcohol, morfina y cocaína, y nuevas drogas toman la delantera; anfetaminas y metanfetaminas. Alemanes, británicos, norteamericanos y japoneses, recibieron estas drogas para combatir el sueño, estimular su valor y reforzar su resistencia física.
El Ejército de Franco suministró- kif (hachís), a los soldados marroquíes alistados, sin embargo, ni el Ejército Republicano ni el rebelde administraron morfina, cocaína o anfetaminas, la razón, ambos Ejércitos asumieron un discurso moral torno a la nueva masculinidad que desde inicio del siglo XX se difundía contra el consumo de drogas, las cuales se atribuían a bohemios, aristócratas decadentes, afeminados, homosexuales y prostitutas; el Ejército español, permaneció anquilosado en el pasado y España carecía de industria farmacéutica en contraste con Alemania, Estados Unidos, Japón o el Reino Unido, donde las drogas jugaron papel fundamental.
Las memorias de Juan Alonso demuestran el aumento de su consumo sustentado en la auto prescripción. Era estudiante de medicina en la Universidad de Valencia, miembro de la Federación Universitaria. Antes de 1936 coqueteó con cocaína y morfina y durante la guerra civil española, se convirtió en morfinómano.
Al comenzar la guerra se presentó voluntario en la milicia republicana y sirvió como doctor. Años después, se convirtió en adicto a anfetaminas y alcohol. Sus memorias, donde habla abiertamente de estas adicciones durante la Segunda República, la guerra civil y la dictadura de Franco, son un valiente y honesto testimonio del papel de las drogas en la España contemporánea.