El vaivén del sillón con su inconfundible rechinido se escuchaba en el porche, como todos los domingos en la mañana, todos sabíamos quién estaba sentado ahí y lo que estaba haciendo, nunca necesitó tocar la puerta, porque siempre estuvo abierta para él.
Al ir a su encuentro, veíamos indistintamente al amigo, al hermano, que sumamente concentrado, leía apasionadamente el libro que abordaba temas de su escrupulosa selección; al verme parado frente a él, hacía una breve pausa, saludaba y preguntaba si ya estábamos listos para acudir al templo; después, lo invitaba a pasar a la sala, pero prefería estar ahí, en ese lugar, que ya había hecho suyo, en ese sillón, que se ajustaba perfectamente a su anatomía, en ese espacio donde los rayos del sol apenas llegaban a tocar la punta de sus zapatos, donde el verde de las plantas lo seducían y formaba parte del escenario que su fantástica imaginación iba tejiendo a cada vuelta de página.
No queriendo profanar su santuario, silenciosamente me retiraba a terminar los arreglos para emprender la marcha, después, después vendrían los acontecimientos que formaban parte ya de su propio libro, del libro de su vida.
“Revestíos, pues, como escogidos que sois de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de compasión, de benignidad, de humildad, de modestia, de paciencia, sufriéndoos los unos a los otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra el otro: así, como el Señor os ha perdonado, así lo habéis de hacer también vosotros, pero sobre todo mantened la caridad, la cual es vínculo de la perfección” (Colosenses 3:12-14)
Y así fue y seguirá siendo como ayer, como ahora y como siempre, porque las amistades que emergen del espíritu son eternas.
Con el tiempo, nuestros pasos se fueron haciendo lentos, pero la amistad seguía desbordando energía positiva, el confesor se volvió confeso y el confeso, confesor, el hijo se volvió padre, vino el tiempo de hermanos y después el padre se volvió hijo, pero en cada una de las etapas, siempre reinó el amor y entre ellos Jesucristo.
“El amigo fiel es una defensa poderosa; quien lo halla, ha hallado un tesoro”. (Eclesiástico: 6:14)
Dios bendiga a nuestra familia, a nuestros amigos y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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