“Si el Señor no es el que edifica la casa, en vano se fatigan los que la fabrican”. (Salmo 27:1)
Un día, hace muchos ayeres, cuando mi corazón rebosaba de amor por la mujer de mis sueños, me preguntaron que porqué me quería casar siendo tan joven, y yo respondí en aquel momento, que quería formar un hogar.

En aquel tiempo el Señor mi Dios escuchó mis ruegos y me habló al corazón diciendo: En verdad te digo, que lo que en ti ha ido alentando tu decisión, es amor, más, ese sentir, aunque bien recibido por la mujer que amas, habrá de pasar por unas pruebas antes de concederte mi bendición.

Sin conocer a lo que habría de enfrentarme seguí caminando para llegar a la meta que me había fijado, solamente Dios podría determinar mi destino, y yo, me acogí a su misericordia, por lo que el buen Señor se compadeció de mí y me auxilió por el camino.

Nadie ha dicho que el matrimonio es una empresa fácil de consolidar, la primera exigencia de este sacramento es tener siempre presente a Dios, porque contando con el amor de Él, nada podrá hacer fracasar la unidad.

Una segunda exigencia, es el amor por el prójimo, si no puedes amar a otra persona como Dios te ama, difícilmente podrás vencer todas las tentaciones que habrán de presentarse por el camino.

El matrimonio exige también la renuncia a sí mismo, no para perder tu dignidad o tus derechos individuales ante una relación donde la equidad debe de ser el eje rector en la toma de decisiones, para que éstas generen armonía y paz; quien ama de verdad, nunca se equivoca al elegir con quien compartir su vida.

El que ama de verdad, sufre de verdad por el dolor que puede aquejar a su pareja; no vale la pena luchar para saber a quién le asiste la razón en una discusión, lo que importa, es evitar llegar al momento en el que el ser humano retrocede en su evolución, para convertirse en un animal que rige sus acciones sólo por instinto y no por la inteligencia con que fue dotado.

En el matrimonio no hay valor más grande que el amor y es por el amor por lo que siempre se debe de luchar para que la unidad no sea vulnerada por el egoísmo.

Pidámosle a Dios envíe al Espíritu Santo para que fortalezca nuestra fe y podamos vencer al enemigo que existe en nosotros mismos.

Dios bendiga nuestro matrimonio y bendiga todos los Domingos Familiares.

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