“Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el término que se ha prescrito. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó. Tiempo de dar muerte y tiempo de dar vida; tiempo de derribar y tiempo de edificar. Tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de luto y tiempo de gala. Tiempo de esparcir piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazar y tiempo de alejarse de los abrazos. Tiempo de ganar y tiempo de perder, tiempo de conservar y tiempo de arrojar. Tiempo de rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar, Tiempo de amor y tiempo de odio, tiempo de guerra y tiempo de paz.” (Eclesiastes 3:1-8)
¿Y cuál sería el tiempo para abrir los ojos a la verdad? Seguimos ocultándonos en la sombra de la conveniencia, del interés; nada que no tenga un apego fiel a los mandatos de Dios, puede tomarse como una verdad; el hombre y la mujer enfrentamos continuos cambios y no todos ellos provienen de una evolución natural para buscar la perfección espiritual, aquella que nos permita estar más cera de Dios Padre; más bien serían motivados por los movimientos que buscan otro tipo de realización, la que lleva impresa el cumplimento a cabalidad de nuestros anhelos personales; buscamos una libertad que nos encadena más al pecado, porque está plagada de acciones que se oponen a los valores que son pilares de la armonía y de la paz, del respeto por los derechos humanos, del respeto por la vida.
¿Qué se oculta bajo este entorno gris y turbulento? ¿Quién permanece escondido? ¿Quién miente? ¿Quién distorsiona y deforma la convivencia humana?
Debemos mantenernos alertas todo el tiempo, en permanente vigilia, con la lámpara encendida, no vaya a ser que entre tanta oscuridad, en lugar de recibir al Señor, abracemos al enemigo, al lobo con piel de oveja.
Espíritu Santo, luz divina del entendimiento, sabiduría de todos los tiempos, retira el velo de nuestros ojos para ver con claridad, actuar con prudencia y en unidad, para salir bien librados de todo mal que amenaza la vida.
Dios bendiga y cuide a la familia, nos mantenga siempre unidos y fortalecidos en la fe, para no dudar cuando debemos reconocer a Jesucristo Nuestro Señor, porque hay un tiempo para todo y se acerca el tiempo de salir al encuentro de la verdad y la vida. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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