La Iglesia Católica en su Liturgia continúa el camino cuaresmal, y hoy celebra el segundo domingo de Cuaresma.

El Texto evangélico que se proclama este domingo, Mt 17, 1 – 9, se le conoce como el relato de la Transfiguración. Y este hecho está íntimamente unido, en la tradición evangélica, al comienzo de su camino hacia la cruz. Esta colocación tiene una intención catequética. Los discípulos se sienten desanimados después de escuchar el anuncio de la pasión de Jesús y de conocer lo que pide a aquellos que quieren seguirle.

En este momento, la transfiguración es una palabra de ánimo, pues en ella se manifiesta la gloria de Jesús y se anticipa su victoria sobre la cruz, como muestran las numerosas referencias a la resurrección: los vestidos de Jesús se vuelven blancos como la luz.

Se trata de una teofanía, es decir, de un relato cuyo centro es la manifestación de Dios.

La manifestación de Jesús está rodeada de fenómenos extraordinarios – transformación de sus vestidos y resplandor de su rostro – que muestran su gloria. Junto a él aparecen Moisés y Elías. Dos personajes a los que la tradición judía relacionaba con la llegada del Mesías. Moisés había anunciado que un día Dios suscitaría un profeta como él a quien debían escuchar. Elías por su parte, había desaparecido de este mundo sin morir. Ambos personajes dan testimonio de que Jesús es el Mesías esperado por Israel.

La voz que viene del cielo afirma que Jesús es el Hijo de Dios. Sus palabras son las mismas que las pronunciadas en el momento del bautismo de Jesús. En ambos casos se cita el Salmo 2, 7, un salmo real que cantaba la entronización de nuevo rey como Hijo de Dios, y que los primeros cristianos aplicaron a Jesús para confesar que él era el verdadero Hijo de Dios.

Este relato del Evangelio es una completa presentación de Jesús. En él se manifiesta la gloria de Dios; él es verdaderamente el Mesías esperado por Israel; más aún, es el Hijo de Dios. Un título en el que san Mateo insiste a lo largo de todo el Evangelio escrito por él. Esta presentación tiene como destinatarios a los discípulos que lo acompañan y, en la mente del evangelista, también a todos los que leen el Evangelio. Su propósito es acrecentar la fe de los discípulos en Jesús a través de la contemplación de su victoria sobre la muerte; de este modo podrán asumir todas las exigencias que lleva consigo ser discípulos y seguidores de Jesús.

Se puede orar con palabras del Salmo 32: “Señor ten misericordia de nosotros. En el Señor está nuestra esperanza, pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado”.

Que el buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.