“A nadie volváis mal por mal, procurando obrar bien no sólo delante de Dios sino también delante de todos los hombres” (Romanos 12:17)

Cuando alguien nos ha ocasionado algún mal, pasado el momento de mayor molestia, nos ponemos a planear la forma de desquitarnos, sobre todo, cuando consideramos que el malestar que sufrimos es injusto. Nada resulta tan nocivo para el espíritu como el resentimiento; si no logramos perdonar al que nos ofende, siempre viviremos con esa sensación de malestar.

Si bien es cierto que hay personas que a pesar de que se le dan múltiples oportunidades para enmendar su mala conducta, y aseguran que no pueden ser diferentes a su naturaleza, siempre se les debe de dar el beneficio de la duda, porque puede ser que estén padeciendo realmente de alguna patología conductual, de ahí que les resulte difícil cambiar para bien.

“Porque si perdonáis a los hombres las ofensas que cometen contra vosotros, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados.” (Mt 6:14)

Tener la consciencia tranquila, caminar sabiendo que nuestra alma no guarda resentimiento alguno, nos permite vivir plenamente, disfrutar de todo cuanto Dios ha dispuesto para nuestra felicidad, mostrar siempre una actitud positiva e irradiar esa envidiable energía generadora de bienestar para sí y para los demás.

No hay nada más saludable en la vida que el amor, quien ama a su prójimo aleja la posibilidad de juzgarlo ¿acaso no sabemos que no todos hemos tenido un arranque parejo en la vida? Quien cultiva las frustraciones cosecha enojo e ira, después buscará como esparcir la nociva semilla del resentimiento, porque le resulta imposible caminar con el peso de la amargura.

Dios nos obsequie un buen corazón para perdonar sin esperar gratitud de quien nos ha ofendido. El Señor se complace en el perdón y quien perdona de corazón es bien visto por él.

Dios bendiga nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

Correoelectrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com