Mira cómo mueve el viento fresco del otoño, las hojas del árbol de nuestra vida, el polvo de muchos días empieza a ser removido de sus hojas y los nuevos retoños lucen la ternura y la brillantez de su vigorosa lozanía. Ábranse ventanas y puertas, dejen que el viento se lleve las tristezas, salgan también las preocupaciones y las quejas, porque la casa debe de lucir como nueva. Entren los rayos del sol a iluminar la cálida estancia, que no exista rincón cegado por la oscuridad perversa. Afánense en el arreglo del comedor, porque tenderemos una gran fiesta, mi maestro, mi Señor, nuestro salvador vendrá a nuestra mesa. Preparen finos perfumes, a sus benditos pies habremos de ungir, y una vez cómodamente sentados, listos en la espléndida cena, recibamos amorosos en el pan, su amado cuerpo y en el vino, su divina sangre y su espiritual esencia.

Siempre hay algo qué celebrar cuando Jesús nos ve, nos habla o nos toca, ¿Que cuándo ha pasado esto? Pregunta el hombre de poca fe, más no aquél al que con la oración convoca el divino nombre de Jesús de Nazaret. ¿Y para qué hablarle a Jesús, si Él siempre está atento en nuestra vida? Efectivamente, Jesús está siempre atento a lo que ocurre en nuestra vida, mas, siempre espera a recibir el llamado para auxiliarnos: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis: llamad y se os abrirá. Porque todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7:7-8)

El viento llegó primero a nuestro hogar, anunciando su bendita presencia, el rayo de luz iluminó el camino, y fue tanto el resplandor de su divinidad que nada pudo ocultar su presencia. ¿Que por qué no lo has visto? Quítate esa venda de los ojos, que no te ciegue la vanidad, el orgullo o la opulencia; humildad y amor te pide Jesús para estar en su presencia.

No llenes tu ser de cosas materiales, porque no dejarás espacio para el espíritu del Señor, al menos, llena tu corazón de cosas espirituales, para que su divino resplandor te ayude a sanar tu vida y te dé amor a raudales.

¡Oh! Señor, quédate siempre con nosotros, aunque en ocasiones hayamos enmudecido de dolor y por eso nuestra voz se pierda en las lastimosas lamentaciones, déjame sentir tu amor, que sea mi prioridad el buscar tu perdón, para redimir mis males.

Preparad la mesa, porque Jesús, mi Señor, mi Dios, viene a bendecirnos y a bendecir nuestro hogar con su amada presencia.

Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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