“Un amigo fiel es un refugio seguro; quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable” (Eclesiástico 6:14-15)
Caminaba por el sendero del desconsuelo, recordando que años atrás a mi lado caminaba la amistad, caminé ya por largo tiempo con el semblante deprimido, pero, con la esperanza viva de encontrar, al paso, una piedra parlante, un generoso árbol que me abrazara con sus grandes ramas y su follaje, que me invitara a sentarme bajo su sombra para descansar del sentimiento de pérdida que me cobija; esperaba, incluso, el milagro de escuchar el canto de las aves del paraíso, aquellas que fueron dotadas por Dios con el don de poder comunicarse con el hombre, para que me dijeran por qué algunos buenos amigos tenían que marcharse sin explicarme el motivo, por qué se habían alejado dejándome triste y confundido.
Era aquel día, como suelen ser todos los días creados por Dios, días maravillosos para disfrutarse y sentirse agradecido por ser bendecido por su amor infinito y por el amor de seres tan amados y queridos como los files y buenos amigos que nos regalaron parte de su vida, sin más interés que el contribuir y mostrarle a la vida, que se puede amar sin llevar en sus venas tu sangre.
Una buena amistad no termina cuando el espíritu abandona al cuerpo, allana pues el camino para continuarse en la eternidad, una buena y fiel amistad cuyo espíritu no acaba de madurar y aún permanece en la vida terrenal, tiene que recordar, que no se mueve una hoja del árbol, sin la voluntad del Padre celestial y que no hay nada que su divinidad no pueda perdonar.
Que las buenas amistades perduren para siempre, que Dios bendiga a toda nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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