“En verdad os digo que hay aquí algunos que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor de su reino” (Mt 16:28).

Caminaba siguiendo las huellas de mi Señor, a pesar de la distancia, podía ver su divina figura, y junto a él a los doce escogidos por él, que parecían todos nunca cansarse; yo, a mi paso y ellos al suyo, uno de los seguidores volteó y pudo verme, entonces se aproximó a Jesús y algo le dijo algo al oído, el Maestro alzó su mano derecha y todos detuvieron la marcha, al ver aquello, también detuve mis pasos y guardé la distancia prudente, después de un par de minutos buscaron una sombra a la vera del camino; yo seguía contemplando aquella hermosa escena, imaginé que tomarían un descanso, y aproveché también para sacar del bolso que llevaba conmigo un trozo de pan y beber de una ánfora conteniendo agua, apenas había empezado, cuando se acercó uno de los doce y me dijo: Ven conmigo, el Maestro desea hablarte; entonces me invadió un temor que me hacía temblar, no pasando inadvertido para aquel hombre, el cual, tratando de calmar mi ánimo dijo: No temas y acompáñame. Con dificultad me puse de pie y aun temblando de mis piernas, lo acompañé, y una vez estando frente a Jesús, mi piernas cedieron a mi peso y me puse de rodillas, coloqué la palma de mis manos sobre la tierra y apoyé mi cabeza sobre ellas, después me estremecí al sentir la mano derecha de mi Señor tocar mi cabeza, y lo escuché decir: Que la paz sea contigo, levántate, eres bienvenido, al escuchar aquello, uno de los discípulos dijo: Pero Maestro, él no es de nuestro grupo, tal vez se trate de un enviado de nuestros enemigos.  Y Jesús  contestó: El Hijo del hombre no ha venido al mundo para hacerse de enemigos, sino a traer las buenas nuevas sobre el reino de mi Padre, he aquí que ese hombre viene siguiendo mis huellas, seguramente quiere saciar su sed con el agua viva de mis palabras, acogedlo como uno mas de vuestros hermanos, denle de comer y que descanse, pues le espera mucho más camino por recorrer, porque bien es cierto que éste no es su tiempo, pero su fe lo ha traído hasta aquí para que se disipen todas sus dudas.

Lo anterior no es producto de un sueño, tampoco obedece a un impulso del ego para distinguirme o llamar la atención, lo que aquí narro es un acto de fe, que hoy muy temprano surgió en mi pensamiento para dar testimonio del sentir de mi espíritu.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt. 5:3).

Que Dios ilumine nuestro corazón para ser humildes y nos siga bendiciendo con su amor a todos los que escuchamos su Palabra y seguimos sus huellas.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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