“¡Oh, cuán buena, cuán dulce cosa es el vivir los hermanos en mutua unión! (Salmos: 132: 1)

Sí, el día llega y se va con la noche, y ambos se llevan las oportunidades que no quisimos aprovechar en el tiempo que ya es pasado, en el tiempo que fue presente; oportunidades como las de convivir con nuestros hermanos. Ayer como otras veces, me vi solo por un par de horas, pues mis seres queridos más allegados se encontraban atendiendo asuntos particulares, hice un par de llamadas y no las atendieron; el espacio me sirvió para hacer una reflexión sobre la importancia de la convivencia con los hermanos y con los amigos y me dije: qué afortunados son los que privilegian el amor de los hermanos; cuánta alegría muestra el Señor, traducida en bendiciones para una familia amorosa y unida.

Es cierto, no hay familias perfectas, pero Dios pone a nuestra disposición todo lo necesario para que lo sean. Si en nuestro corazón habita el amor de Jesucristo, nada podrá impedir que llegue la felicidad a los hogares, si acaso no sentimos ser poseedores de tal privilegio, bien vale le pena ponernos a meditar, y con ello lograr abrir un canal de comunicación con nuestro Salvador, para recibir la sabiduría que abra nuestro entendimiento a las virtudes que nos conducen a obtener su gracia divina.

Cuánto tiempo hemos dejado ir sin escuchar, sin ver y sin sentir aquello que evidencia nuestra condición de hijos de Dios; tal vez el tiempo necesario para alcanzar la madurez, y cuando ésta llega, seguro nos percataremos del milagro, al sentir la sinceridad y el amor de unas palabras, cuando el cálido abrazo nos haga entrar el calor, cuando sin saber por qué, las lágrimas delatan cómo el Espíritu de Dios nos acompaña, lo mismo para recibir la gratitud de la felicidad, como su misericordia por el desamparo.

Ayer, cómo desee estar junto a mis hermanos, ya no somos los jóvenes llenos de energía capaces de inventar cualquier pretexto para estar reunidos hablando de nuestras cosas. Ayer extrañé también a mis amigos, sobre todo a aquel fuera como mi hermano y que enfermara un día como hoy, avisando con ello que nuestro tiempo, juntos, estaría por terminar, pero teniendo la dicha de que Dios mediara entre los dos, los términos para que esta separación fuera lo menos dolorosa.

Ayer como hoy, Jesucristo ha estado conmigo, me anima y me consuela, como siempre lo hace, abre mi corazón, para que mis ojos, mis oídos puedan verlo y escucharlo, para que en esos momentos en que me siento triste, pueda estimar que hay tiempo suficiente para amar.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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