“Toda amargura, ira, y enojo, y gritería, y maledicencia, con todo género de malicia, destiérrese de vosotros. Al contrario, sed mutuamente afables, compasivos, perdonándoos los unos a los otros, así como también Dios os ha perdonado a vosotros Jesu-Cristo.” (Ef. 4:31-32)
¿Qué fue lo que viste en él, y qué vio él en ti, cuando el corazón de cada uno latió con mayor fuerza por una emoción más que placentera? No solamente fue deseo, o el gusto por encontrar un cuerpo sin defecto, fue el sentimiento de pertenencia de dos almas que acudieron al encuentro de una cita programada por Dios. ¿Cuánto duró esa emoción? ¿Cuándo empezaron a notar que no eran idénticos en el pensar y en el hacer, y en cada llamada de inconformidad, para satisfacer el ego de cada uno? ¿A dónde se fue el amor y la promesa que ambos le hicieran al Señor? ¿Pretenden acaso ser la víctima de su propia egolatría, culpándose mutuamente por el fracaso de no encontrarse a sí mismos en el pensamiento del otro? Acaso en sus momentos reflexivos se preguntan: ¿creí haberme casado conmigo mismo, que soy perfecto? Pero descubrieron que eran dos seres tan diferentes, olvidando que la perfección sólo se puede lograr cuando se está unido, y se vencen todos los retos, pues sólo aquellos que logran entender y comprender las diferencias que parecen ser el motivo de sus inconformidades, logran llegar a la meta, sabiéndose ganadores, sabiendo que su victoria es grata a Dios, que diseñó todas las pruebas, a sabiendas que no se había equivocado.
¿Por qué admitir la infelicidad que se basa en la terquedad de pretender tener siempre la razón, si en el conceder y el darse el uno al otro, está el don que los hace agraciados de Dios?
¿De qué sirve alegrar la mitad del corazón, cuando la otra mitad se hunde en la desesperación y la tristeza de la soledad, al ver que se tiene por rival a la despectiva indiferencia, por sentirse superior, y se carece de humildad y de nobleza?
Quien olvida que sólo hay un Dios, pensando que en sí mismo está la fuerza que mueve todo lo que ve y necesita para la proeza de vivir en la ocasión, se olvida también de que en esta tierra va de paso y dificultad encontrará para alcanzar la vida eterna.
Quien tenga oídos que escuche, y de escuchar, que lime la aspereza que pone en riesgo el amor que emerge del corazón herido por la torpeza.
Dios bendiga a nuestra familia, fortalezca nuestra fe, ilumine la oscuridad que nubla nuestro entendimiento, para encontrar el camino, la verdad y la vida. Qué Dios bendiga a todos los matrimonios, los auxilie a luchar contra sus demonios, para encontrar la paz. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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