“¡Oh Padre!, yo deseo ardientemente que aquellos que tú me has dado, estén conmigo allí mismo donde yo estoy, para que contemplen mi gloria, cual tú me la has dado; porque tú me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17-24).
Me has bendecido Señor y el saber que me amas me llena de gozo, yo recibo tu bendición como el tesoro más preciado que tengo, porque con ello me motivo a desear por siempre el bien a todos mis seres amados y a los que me faltan por conocer, pero por ser obra de tu creación los amo.
Dichoso el que recibe bendiciones porque con ello y con fe, gozará del bien físico, mental y espiritual, más el que guarda resentimiento o rencor en su corazón y traduce las bendiciones como una manipulación insana, mejor le valiera reflexionar, porque cabe en ello el poder analizar si las bienaventuranzas que recibe provienen del amor con el que Cristo nos ama y de ahí que los deseos de prosperidad son fieles al nuevo mandamiento que Jesús nos ha dado “Que os améis unos a otros; y que del modo que yo os he amado a vosotros, así también os améis recíprocamente” (Jn 13:34).
Lejos o cerca, en tu tiempo o en el mío, el bien generado por amor no se borra del corazón, procura entonces perdonar como Dios nos ha perdonado, no guares rencor por las ofensas, “A nadie volváis mal por mal, procurando obrar bien no sólo delante de Dios sino también delante de todos los hombres” (Romanos 12:17).
Recibe pues las bendiciones que nacen del buen corazón de los que aman a Cristo.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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