“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás” (Juan 11:25-26).
De la soledad, tomé el sol que le daba vida al árbol de la sabiduría, y pude entonces calentar mi cuerpo que temblaba en la oscuridad de las noches más frías, y tomar el agua más pura y refrescante del manantial, que brota de lo más profundo de mis creencias más sentidas, para sentir la vida que me recordaba el latido palpitante del corazón que me decía: sigue adelante amigo peregrino, sigue adelante eterno caminante; y en eso, a una chispa de contento y alegría, desperté en un instante con tal fuerza y energía, de la otrora frustrante actitud de hombre que pensaba, había sido derrotado por el tiempo y la apatía; desperté, sí, y me pregunté ¿Quién te ha derrotado amigo mío? Y al no encontrar respuesta en el silencio que se alejaba de mi aspecto tan sombrío, sentí el impulso que me daba tu divina y gentil presencia, que ordenándole al hermano viento, retirara el polvo, que fui acumulando al quedarme inerte, ante el miedo a lo desconocido. Al sentir la sutil caricia de tu amor, en mi cuerpo adormilado, y escuchar la gloriosa armonía de tu dulce voz inconfundible, mi Señor, reanudé el camino que me habías marcado; y en ese ir y venir por mi alma tan deseado, caminé a tu lado, sintiendo cómo iba llegando el doloroso recorrido que te haría sufrir lo indefinido, mas todo tenía un propósito vital, aquél que el Padre Celestial te había asignado, para salvarnos a todos del pecado. Y grité de alegría cuando triunfal entraste a la ciudad: Hosanna, hosanna, el que viene en nombre del Señor, y la paz reflejada en tu divino rostro, no reflejaba el destino mortal que te esperaba.
Señor, ten misericordia de nosotros, te abandonamos, te negamos, pero al morir en la cruz, con los clavos que atravesaron tus benditas manos, clavaste nuestro corazón al tuyo, para adorarte por toda la eternidad, porque resucitaste para quedarte con nosotros, y seguir amándonos por los siglos de los siglos.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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