“El precepto mío es, que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros. Que nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15:12-13).
En ocasiones estamos tan distraídos lidiando con las dificultades cotidianas, que no nos damos la oportunidad de escuchar lo que verdaderamente es importante en la vida, de hecho, hacemos de nuestro diario vivir una rutina y como tal nuestra existencia se vuelve monótona; vemos todo igual, pareciera que no existiera ningún tipo de energía que mueva a las personas o a las cosas del mundo de su lugar; nuestro contacto con otros seres humanos se concreta a dar o recibir información propia del hogar, la familia o nuestro entorno laboral; nuestro estado de ánimo al parecer está determinado únicamente por lo que percibimos como bueno o malo, incluso, en ocasiones, preferimos aceptar lo malo como bueno y viceversa, según nuestra conveniencia, pero cuando nos damos la oportunidad de caminar por el desierto de nuestra verdad, empezamos a escuchar a nuestra conciencia, reprochándonos algunas veces por nuestro mal actuar y consolándonos por aquello que abona obras buenas que nos distinguen como humanos.
Un buen día, caminaba por mi desierto, cuando escuché lo que pensé era mi conciencia, traté de distraerme para no caer en el terreno de las suposiciones, pero había algo en aquello que rompía mi silencio, entonces me detuve, me senté bajo la sombra de un sicómoro y pude escuchar con toda claridad una voz que me decía: ¿Qué hay más allá del silencio? Más allá, respondí, estás tú mi Dios, mi señor, mi todo. Ahora escuchas con el corazón, y el que lo hace, no caminará más por el desierto, porque sabe que más allá del silencio, se encuentra la Palabra viva, y el que escucha mi voz y escucha mi palabra siempre será escuchado.
“Dichoso el varón que no se deja llevar de los consejos de los malos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se asienta en la cátedra pestilencial de los libertinos; sino que tiene puesta toda su voluntad en la ley del Señor, y está meditando en ella día y noche, El será como árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, el cuál dará su fruto en el debido tiempo, y cuya hoja no caerá nunca; y cuanto él quisiere tendrá próspero efecto” (Salmo 1:1-3).
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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