“Respóndele Jesús: Yo soy el camino, la verdad, y la vida: nadie viene al Padre sino por mí. Si me hubieseis conocido a mí, hubierais sin duda conocido también a mi Padre, pero lo conoceréis luego, y ya lo habéis visto en cierto modo” (Jn 14:6-7)
¿Por qué tenemos que vivir entre el descontento y la riña inexplicables, si todo ello implica un gasto enorme de tiempo y energía en nuestra vida y un retraso incuantificable para alcanzar la perfección espiritual a la que deberíamos todos aspirar? ¿Por qué si sabemos que nuestro paso por la tierra es finito, no consideramos como prioridad prepararnos mejor para la eternidad?
¿Por qué nos resistimos a amar como Jesús nos ha enseñado? ¿Por qué buscamos siempre profesar un amor que se acomode a nuestras necesidades, siempre acotado, convenenciero y amenazante, porque subyuga y condena?
Duro de cabeza es el hombre que sólo ve lo que sus ojos le permiten ver, pudiendo ver más allá de toda frontera, si en su corazón reinara el amor alimentado por la fuente viva que nos muestra la verdad y el camino para alcanzar la vida eterna.
En esta vida nos debería quedar muy claro que al único que deberíamos agradar es a Dios, porque al no reconocernos como hermanos y amarnos los unos a los otros, sólo nos interesa brillar para unos cuantos, para recibir el efímero reconocimiento que, por cierto, no será incluido dentro de lo que llevaremos a la otra vida.
Si aún nuestros ojos permanecen cerrados y nuestros oídos sordos, seguiremos cayendo cuantas veces sea necesario hasta que el dolor nos haga dirigir nuestra mirada al cielo, buscando ser perdonados para poder seguir caminando siguiendo las huellas del Salvador.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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