“No se turbe vuestro corazón. Pues creéis en Dios, creed también en mí” (Jn 14:1).

Quien se ocupe más en estos tiempos de pensar en lo que nos deparará el futuro, basándose en lo que está ocurriendo en el presente, estarán sin duda ya viviendo en una agonía, por sentirse, incluso, amenazados hasta por su propia familia. Muchos tratarán de explicarse cómo y de dónde llegó esa oleada de odio por el prójimo, que, por cierto, podría terminar en una etapa muy oscura de nuestra vida política, económica y social.

Quién podría tener la suficiente solvencia moral para señalar a los culpables, sin sentirse parte del mal, de que, en nuestra mente, hoy sólo escuchemos las voces de que somos un país de perdedores, de ingenuos, de oportunistas, de atenidos, de seres humanos débiles, con una conciencia con alta sensibilidad para ser manipulados y utilizados, para apuntalar los intereses de aquellos que sólo buscan su propio beneficio.

Doy testimonio de que al paso de seis décadas, jamás me había topado con ciudadanos que aglutinaran todos los calificativos mencionados con anterioridad, tal vez, se me pueda acusar de que no he estado en zonas del país donde hay extrema pobreza, pero, no me atrevería a calificar a ninguno de mis hermanos como ingenuos, atenidos o débiles de conciencia, porque todos han sabido cómo resolver sus problemas, con o sin ayuda de quienes han administrado los bienes de la nación; seguramente, no en la mejores condiciones, pero con suficiencia para sobrevivir, incluso, al embate de las mezquindades humanas, que nos son sólo privilegio de los que se encumbran por obtener un poder lícito o ilícito, o por los que han logrado acumular riqueza o influencias de la misma manera.

Hemos olvidado, en estos momentos, que tenemos un gran aliado con nosotros, alguien que nunca nos ha defraudado y que siempre está dispuesto a ayudarnos para tomar las mejores decisiones, para evitar tropiezos, para no caer en la tentación de buscar desviaciones que parecen ser la única solución para salir adelante y para procurar el bienestar de todos y no únicamente el propio.

Confiemos en Dios, si realmente creemos en él, pidámosle nos dé sabiduría para darnos oportunidad de no basar nuestras decisiones, influenciados por sentimientos negativos, que hoy tienen a muchos de nuestros hermanos, como aquella semilla de trigo que cayó entre la cizaña y se siente ahogar por la insistencia de la misma al no dejarla crecer para que dé frutos en abundancia.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares, para que despertemos siempre iluminados por la luz de la sabiduría.

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