“El corazón sano da vida al cuerpo; mas la envidia es carcoma de los huesos” (Proverbios 14:30)

Cuánta pobreza de espíritu habrá en quien ha llenado su corazón de frustraciones, la amargura circulará por sus venas e invadirá su cuerpo, y sus pensamientos dejarán de ser claros y prudentes, buscará por ello desquite contra quienes reflejen un ánimo contrario.

¿Cuántas personas positivas habrán sido objeto del afán malicioso de los que destilan amargura y envidia? ¿Cuántos más no saben que a sus espaldas se teje una red de intrigas en su contra? El envidioso no descansa, enmascara bien su vileza con el manto de la mentira y suele encontrar cobijo en otros desvalidos lastimados en su orgullo para buscar venganza.

Dios está presto para salir en defensa de los justos y no permitirá daño alguno. Quien no reconoce la maldad en sí mismo buscará siempre justificar su torcida conducta, caminará por el lado oscuro dando frecuentes tropiezos.

Cuántas lecciones de vida necesitará el necio para entrar en razón, cuántas para aclarar su desprecio por la vida, cuántas para perdonar y perdonarse.

Señor, tú decides quién tiene la razón sin tratar de darle a ninguno la satisfacción de estar por encima de tu sabiduría, al envidioso darle la oportunidad de enmienda y al humilde la prudencia de no cambiar para convertirse en verdugo.

Padre, vacía de mezquindades al corazón que aquellos que queriendo llenarlo con tu amor, se dejaron seducir por la envidia y hoy padecen el dolor de la lejanía de tu gracia.

Señor danos sabiduría para entender todo aquello que nos parece confuso, danos humildad para combatir el orgullo lastimado, danos paz para vivir la felicidad que nos has obsequiado.

Dios bendiga a su familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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