“Y volviendo Jesús a hablar al pueblo, dijo: Yo soy la luz del mundo: El que me sigue, no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12)

Te escucho Padre, te sigo, más has de perdonar que en el camino me esconda en la oscuridad de mis lamentos y como oveja perdida de tu rebaño, te busco desesperadamente para calmar mis temores, y tú me escuchas y vienes a mí para hacerme sentir de nuevo seguro, porque tú eres la luz del mundo y le das luz a mi vida.

Señor, quiero caminar seguro siempre, ilumina mi vida con tu presencia, y sea tu Palabra mi guía para apartar de mí todo aquello que daña mi espíritu y lentifica mi sentir y mi actuar, muéstrame toda tu bondad y misericordia, porque, aunque me hiciste fuerte para resistir mis torpezas, ahora, como los árboles añosos que en invierno pierden sus hojas, yo voy perdiendo energía y fortaleza.

Mi cuerpo se queja con mi espíritu, recela de la intensa luz, con la que brilla tu aliento en mi interior, y aunque está consciente de que la parte humana de mi naturaleza tendrá que envejecer, para que, como fruto maduro del árbol, deposite la semilla en la tierra para un nuevo renacer, se entristece, porque el amor que lo hace resplandecer, yace ahora disperso, buscando florecer en otro jardín. Señor, yo no olvido el jardín donde fui sembrado, mucho menos olvido al divino sembrador, cuyo amor me ha permitido florecer en el presente y en el pasado, pero me has acostumbrado a amar tan intensamente, que cuando veo cómo los que amo caen como las hojas de los árboles en invierno, me lleno de tristeza.

“¿Por qué estás tú triste, oh alma mía; y ¿Por qué me llenas de turbación? Espera en Dios; porque todavía he de cantarle alabanzas, por ser él el Salvador, que está siempre delante de mí, y el Dios mío.” (Salmo 42:5)

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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