“De esta suerte, aunque caminase yo por medio de la sombra de la muerte, no temeré ningún desastre; porque tú estás conmigo. Tu vara y tu báculo han sido mi consuelo.” (Salmo 22-4)

Señor… ¿estás aquí? La noche es oscura y mis oídos están atentos a los sonidos misteriosos de los seres que se mueven con sigilo en el entorno, mi piel empieza a perder calor y busco con afán refugiarme bajo el manto de tu divina presencia, aleja de mí la orfandad y la ausencia, para que venga a mí el amor de tu divina presencia.

José Manuel, mi nieto de 7 años, me miró después de leer lo anterior y angustiado me preguntó: ¿También los abuelos tienen miedo? Sin duda que lo tenemos, le contesté, y más que nadie, porque hemos caminado ya bastante en la vida y nuestros días son cada vez más cortos. Yo pensé que sólo los niños teníamos miedo, comentó José. Has de saber, le dije, que todo ser humano llevamos a nuestro niño con nosotros, tal vez así lo dispuso Dios para que conserváramos nuestra inocencia, y recordáramos que, en los momentos de temor, siempre habrá un amor que nos socorra. Cuando yo tengo miedo siempre les pido ayuda a mis padres, dijo José Manuel, y estando conmigo siempre me siento seguro. Esa seguridad y esa confianza se originan del gran amor que existe entre ustedes, ahora, imagínate la gran bendición que tenemos al contar con el amor de Dios Padre, él siempre está pendiente de que no nos pase nada.

La noche era oscura y el miedo se apoderó de mí, entonces recé un Padre Nuestro, y poco a poco mi corazón se calmó y mi cuerpo entró en calor al sentirse seguro. Abuelo, ¿tú has visto a Dios? Lo siento, y al cerrar mis ojos sé que está a mi lado, en ocasiones, toca mi hombro para que sepa que ahí está, otras veces, toca mi cabeza, para hacerme sentir paz, para darme tranquilidad, así, como lo hacía mi madre cuando me veía angustiado o temeroso, entonces en mi inocencia, miraba los hermosos ojos de ella y podía ver a través de ellos a Dios.

José Manuel recargó su cabeza sobre mi hombro derecho y yo toqué su cabeza para reconfortarlo, de esa manera él podía recordar todo lo que le había contado y así con mucha fe, hacerle sentir confianza y seguridad. Entonces le dije: José, recuerda que el peor miedo que puede enfrentar el hombre, es a la oscuridad que se vive cuando nos ausentarnos del amor de Dios.

Dios bendiga a nuestra familia y sea por siempre la luz de su amor la que nos ilumine, y así poder vencer todos nuestros miedos. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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