“Yo mismo os llevaré en brazos hasta la vejez, hasta que encanezcáis: yo os hice, y yo os llevaré, yo os sostendré siempre, y yo os salvaré de todo peligro” (Isaías 46:4)
Un buen día, como hoy, cuando el mayor de mis nietos tenía 8 años nos acompañó a mi madre, a María Elena y a mí al templo, el niño tenía plena conciencia de que su bisabuela requería de apoyo para sostenerse y desplazarse y antes de que yo pudiera auxiliarla, él se adelantó y la tomó de brazo con delicadeza, la ayudó a subir la escalinata y la encaminó hasta dejarla cómodamente sentada en una de las bancas del interior; al término de la misa le dije que me sentía muy orgulloso por la manera en que se condujo, y le pregunté por qué lo había hecho, y él me contestó: ¿Acaso no ves que ella, por su edad, necesita de ayuda? Su respuesta me dejó sorprendido, porque Sebastián, por lo general es distraído, y poco colaborador en tareas que requieren de su intervención, mas, esa misma acción la repitió en tres ocasiones; después le pregunté: ¿Cuándo yo tenga más edad, harás lo mismo por mí? y él contestó: ¡Claro que lo haré abuelo! Por un tiempo estuve meditando sobre aquella buena acción de mi nieto y más sobre el contenido de sus respuestas, porque hay cosas que parecen simples y no lo son.
“Entonces fueron llenados todos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca” (Hechos: 2:4).
Hay ocasiones en que los seres humanos experimentamos manifestaciones extraordinarias que no han podido ser explicadas científicamente, con el tiempo, si se profesa una sólida fe, nuestros sentidos pueden percibir intervenciones espirituales, sobre todo, mediante el lenguaje oral o escrito, de ahí que se puedan captar mensajes, recordando no olvidarnos de las enseñanzas del Evangelio de Cristo. Aclaro, que siempre se corre el riesgo de tergiversar una conducta previamente aprendida, que es reforzada en la ocasión mediante una acción determinada, de ahí que exista mucho escepticismo en la presunta revelación de misterios de la fe.
En una ocasión, publiqué un artículo sobre la sabiduría que encontramos en ciertas acciones de nuestros nietos, aunque esto no significara que estamos ante la evidencia de situaciones extraordinarias, raramente los adultos ponemos atención al conocimiento natural que emana de ellos, para ejemplo, en mi caso, la intensión de mi nieta Andrea Sofía, de coadyuvar para la recuperación de la salud de mi madre, quien se encontraba padeciendo un severo mal respiratorio, y cuando la visitó, sin que nadie se lo pidiera, la niña, tomó las manos de su bisabuelita y le dijo: ¡Yo te voy a curar! Y hace una especie de ritual en silencio iniciando en las manos, la cara, situándose en la frente, y posteriormente, realizando unos movimientos en el aire como si se tratara de una “limpia”, si alguien me pregunta si este proceso de sanación fue efectivo, como médico les puedo decir que tal vez el hecho de que mi madre mostrase una mejoría sorprendente, se debió al esmero de la atención que recibió de parte de los médicos de la familia , más los cuidados amorosos de todos mis hermanos, pero como creyente en Jesucristo, no desecho la influencia del poder de la oración que emanó de tantas personas que amamos a mi progenitora y desde luego, la intervención divina vía Andrea que de manera espontánea llega y realiza la sanación.
Fanatismo, locura, sugestión, llámelo como usted quiera, pero cuando regresó la sonrisa al rosto de mi madre, vi en ello, la sonrisa amorosa de mi Señor, regresando con ello la paz a mi corazón.
Si todos los creyentes diéramos testimonio de cómo ha obrado el amor de Jesucristo en nuestra existencia, entenderíamos por qué Él es el camino, la verdad y la vida.
Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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