“Para quien cree en Cristo, las penas y los dolores de la vida presente son signos de gracia y no de desgracia, son pruebas de la infinita benevolencia de Dios, que desarrolla aquel designio de amor, según el cual, como dice Jesús, el sarmiento que dé fruto, el Padre lo podará, para que dé más fruto. (J 15:2) (Pablo VI, Hom.5-X-197.)

Seguramente, el dolor en cualquiera de sus manifestaciones, podría hacernos pensar diferente de la vida a como solemos hacerlo cuando nos sentimos sanos, porque normalmente concebimos al dolor como un castigo, incluso, como algo que no deseamos, ni merecemos; ese sentimiento de rechazo a lo que nos ocurre, no es diferente a tantas otras situaciones que nos incomodan en la vida y que hemos ido dejando crecer hasta volverse insoportables y con ello, nos hagan sentir que la vida, podría no ser el mejor regalo que hemos recibido de parte de Dios Padre.

Nadie quisiera para sí, o para sus seres amados, una vida donde el dolor sea una constante que defina nuestra manera de ser, todos quisiéramos consentir la vida como lo mejor y que ésta nos consienta por creer que somos lo mejor, jamás nos ponemos a reflexionar qué tanto contribuimos los seres humanos, para que el don más preciado que Dios nos ha obsequiado sea toda una pesadilla.

¿Qué tanta conciencia tenemos los padres, sobre cómo tener una vida plena, llena de satisfacciones personales y familiares, para construir una excelente plataforma para que nuestros hijos no tropiecen con los mismos obstáculos que nos dificultaron el gozar del paraíso que nuestro Señor nos obsequió? Tal vez a esta pregunta responderíamos: Eso mismo me hubiera gustado preguntarles a mis padres, porque no he conocido un mundo en donde sobreabunde la benevolencia.

Analizando mi proceder como padre, encuentro que, aunque mis hijos pequeños fueron en su momento mi prioridad y que por ello dediqué gran parte de mi juventud  y mi mayor esfuerzo para que no les faltara nada, he de reconocer que por ello, dejé pasar irrepetibles momentos a su lado, para contestar a todas sus dudas o para guiarlos de una manera equilibrada en la vida; si bien es cierto que con el tiempo, ellos afinarían las estrategias para responder a los retos de acuerdo a sus propias experiencias, no me queda la menor duda, que de haberles dedicado más tiempo de calidad, ellos podrían haber contado con mejores herramientas para sortear todos los retos que han enfrentado y están enfrentando; lo afirmo porque cada uno de ellos evidencian en sus emociones, los efectos de situaciones que no deberían en estos momentos, ser motivo de dolor, ni para ellos, ni para sus hijos.

Nuestro Padre celestial nos ha obsequiado su sabiduría para no permitir que eventos desafortunados nos dejen una profunda herida difícil de sanar; desgraciadamente, hemos atendido de manera muy superficial sus mandamientos, de ahí que el dolor empañe nuestra visión de lo que es realmente la vida.

“Estas cosas os he dicho con el fin de que halléis en mí la paz. En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza, yo he vencido al mundo” (Jn.16:33)

Dios bendiga a nuestra familia y que, en el dolor, encontremos una forma de reconciliarnos con Él, arrepintiéndonos de corazón de todo aquello que hemos hecho mal. Dios bendiga nuestros Domingos Familiares.

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