“Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no merece ser mío; y quien ama al hijo o a la hija más que a mí, tampoco merece ser mío. Y quien no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. (Mt 10:37-38)
Llegan las palabras de Jesús primero al corazón, y después éste le pide al pensamiento que les dé una justa definición; algunos teólogos consideran que el mensaje de Cristo tenía otra traducción en su tiempo, de ahí que en el nuestro, pareciera confuso o contradictorio, mas cuando esas mismas palabras logran tener su divina traducción en el corazón, el significado de la palabra de nuestro Señor, siempre será el mismo, es un mensaje de amor que tiene como punto de partida el fundamento universal de amar a quien ha creado el universo y amar al prójimo como a nosotros mismos.
Yo decidí hace tiempo, no quedarme a contemplar mi cruz, para llorar eternamente por todo aquello que me ha causado mal estar o por el dolor que pude haber causado por mi mal comportamiento. Cuando Jesús pasó junto a mí, me pidió dejara de lamentarme por todo aquello que fue causante de mi dolor y que fue concebido por mi mente como un hecho que nunca debió haber ocurrido, pero que debió pasar para que encontrara el camino de la verdad y de la vida. Por su infinita misericordia, además de su amor, me obsequió dos elementos fundamentales para tener la fuerza suficiente y tomar la cruz de mi pasión: El arrepentimiento y el perdón. Nadie que haya conocido a Jesús puede engañarse a sí mismo con un falso arrepentimiento, nadie que haya conocido su amor, puede negarse el perdón para sí mismo y otorgarlo a quien lo ha ofendido.
Vivir contemplando la pesada cruz de nuestra incapacidad para amar, vivir pensando que el amor que se siente por una madre o por un hijo podría igualar al amor que Dios siente por nosotros, es vivir esa eterna confusión de pensar que existen muchas clases de amor. El que ama a Jesucristo, ama a su prójimo, el que ha encontrado en Él ese amor que todo lo perdona, recupera la fe en sí mismo y siente cómo el peso de su cruz es ahora tan liviano que puede auxiliar a otros a cargar su cruz, mientras la Palabra del Señor logra entrar al corazón de los que se han negado el perdón a sí mismos y no han podido perdonar a quien los ha ofendido.
“Venid a mi todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallareis el reposo para vuestras almas. Porque suave es mi yugo y ligero el peso mío” (Mt 11:28-30).
Señor danos sabiduría para comprender todo aquello que es confuso a nuestros ojos, quédate en nuestro corazón para que la semilla de tu amor dé abundantes frutos, permítenos ver con tus ojos, para que nuestra mente no den cabida a los malos pensamientos.
Dios bendiga a nuestra familia, y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.
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