“Estas cosas os he dicho, a fin de que, observándolas fielmente, os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo. El precepto mío es, que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros” (Jn 15: 11-12)

Y estando meditando, mi conciencia me decía: Quiero seguir pensando que lo que verdaderamente importa en la vida, no es el tiempo que puede durar esta, sino la calidad de vida que lleves, y para tener una mejor calidad de vida, tienes que darte permiso para ser feliz, porque si para serlo, necesitas pedir permiso a cada una de aquellas personas con las que interactúas y amas, pronto te darás cuenta de que la definición del concepto de felicidad que ellas tienen, difieren mucho de tu definición y cuando tratas de explicar tu sentir, siempre obtendrás una férrea resistencia del que se permite escucharte, porque para los seres humanos no hay otra respuesta que su propia verdad.

El que sufre, le pone tiempo a su vida; el que es feliz, no piensa en el tiempo como una medida para allegarse la felicidad, de ahí que, cuando venga su fin, éste será de manera tan natural, que pensará que solamente se quedará dormido y su transición a la otra vida será como dar un paso a la eternidad.

La verdadera felicidad se encuentra en el amor a Jesucristo y si amamos como él nos ama y entendemos su Evangelio, encontraremos la paz que tanto anhelamos. Aquél que no tiene paz en su interior no puede ser feliz, ni podrá encontrar la paz fuera de él, porque el que llega a amar las cosas del mundo, siempre estará en guerra con el mundo.

El egoísmo, la envida, el odio, los resentimientos, son expresiones que escapan de aquellos que no son felices, que se resisten a amar como manda Dios, no ven en su prójimo como hermano, lo ven como su enemigo, como su competidor, lo ven con los ojos del mundo.

“Estas cosas os he dicho con el fin de que halléis en mi la paz. En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza, yo he vencido al mundo” (Jn 16:33)

Antes de proferir palabras hirientes, impulsado por el sentimiento de desquite, por la frustración de no tener la capacidad de controlar los nocivos impulsos que has aprendido del mundo, piensa y actúa como Jesús te enseñó, no pagues el mal con mal, porque suele suceder que la herida que trataste de infringir, no sea tan grande, ni sangre tanto como la que tú llevas.

Dios nos dé sabiduría para escuchar con atención, para poder entender cuál es el mensaje verdadero que nos quiere llegar, y no la interpretación que le demos al mismo, cuando nos sentimos heridos por otros motivos. Dios nos permita ser misericordioso con los que hacen de su dolor un martirio, para ayudarlos a sanar sus heridas.

Dios bendiga a nuestra familia y bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

enfoque_sbc@hotmail.com