“¿No habéis leído que aquél que al principio crió al linaje humano, crió un solo hombre y una sola mujer? Y que se dijo: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y unirse ha con su mujer, y serán dos en una sola carne. Así es que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios, pues, ha unido, no lo desuna el hombre”

La luz del día me encontró sentado meditando sobre una roca en aquel lugar que consideraba sagrado, miraba pues, al horizonte, como esperando encontrar una señal para saber que había sido afortunado  al contemplar a mi Señor, pero como en otras ocasiones, sin percatarme, llegó de manera inesperada una suave y purificadora corriente de viento que rozó mi hombro derecho, entonces, sentí una sensación tan placentera que me llenó de gozo; en ese momento supe que no estaba solo, y sin más pregunté: ¿Eres tú, mi Señor? Sí, eres Tú, no me cabe la menor duda, así lo creo y soy bienaventurado porque sin verte creo en Ti. Tú conoces el corazón de los hombres y mi corazón siendo tuyo, no podría ocultar algo que tú no supieras de mí, por eso estoy aquí, alabando tu bendito nombre y necesitado como estoy de tu Palabra, te escucharé con el mismo corazón que te ama. Hice silencio un par de minutos y el ambiente se impregnó de un delicioso aroma a flores, tal y como si estuviera en un bello jardín; entonces se escuchó una voz en mi interior que decía: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”. El orgullo de los que amas, no es más grande que el amor que se tienen, más, hay resentimiento en sus corazones, ceguera y sordera espiritual, en sus ojos y sus oídos; los dos lazos que los unen, imploran paz y armonía, y no han sido escuchados, el alma de los inocentes ha enfermado, y la oscuridad se acerca a sus vidas; la misericordia y el perdón están ausentes, y los sacrificios que ofrecen para sustentar sus verdades, no tiene validez para mi Padre; las huellas de sangre que deja la necedad, no logra convencer al ciego y su soberbia. El falso sufrimiento causado por la ofensa, no tiene sustento válido, para invocar las permanentes tormentas; recapacitar deben, antes que el dolor sea tan fuerte que se vuelva intolerante, yo les mando que se amen el uno al otro, para cerrar la herida; no hay una fuerza más grande que el amor que tiene mi Padre por sus hijos en la tierra, aférrense a ese amor y renuncien al orgullo lastimado, porque el rencor no es un buen alimento para el espíritu.

La luz del día me encontró meditando y mi corazón con afán buscó al Padre, para que me siguiera viendo como hijo, y mi espíritu se llenó de gozo, porque él escuchó mi llamado, se sentó a mi lado, tuvo misericordia de mí y alivió mi sufrimiento con el divino bálsamo de su amor. “El que tiene oídos para entender, entiéndalo” (Mt 11:15).

Señor, perdona nuestra necedad, muéstranos el camino, abre nuestros ojos y nuestros oídos para verte y escucharte.

Bendice a nuestra familia y bendice todos nuestros Domingos Familiares.