“En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. “(Jn 12:24)

Caminemos, dijo Jesús, y en el camino encontraremos respuesta a lo que tanto te inquieta y te preocupa; pasábamos en ese momento por la sombra de un árbol de donde colgaban graciosamente hermosos ramilletes de flores de color amarillo, en ese momento, María me pidió le cortara algunos de esos vistosos ramilletes, pues deseaba adornar el hogar para cuando el Maestro llegara, era esa una forma de alagar a su Señor, porque según decía el color amarillo le significaba plenitud, brillo y esperanza; antes de proceder al corte de lo solicitado, miré al Maestro como buscando su aprobación, él me miro y me dijo: Haz lo que tengas que hacer, porque no has de ser tú quien le impida a María glorificar mi estancia en su hogar; entonces, subí a un montículo de tierra, estiré lo más que pude los brazos hasta alcanzar aquel maravilloso regalo, me animaba también el hecho de que no desagradaba que le quitara un poco de la hermosura al árbol, quien sin duda, gustoso ofrecía este obsequio para el Rey de Reyes. Una vez en la casa, María se apresuró a poner en sendos jarrones las flores al paso del Señor, hasta el sillón que le tenía preparado, después ella se dirigió a la cocina para preparar una hogaza de pan, un poco de queso y el generoso vino; mientras tanto, me senté a los pies del Maestro y me ofrecí a quitarle las sandalias, tomé sus benditos pies y limpié el polvo con un lienzo de blancura impecable, y por raro que fuera, el lienzo siguió impecable después de limpiar sus divinos pies. María llegó con los alimentos y los colocó en una pequeña mesa que se encontraba al centro de la sala, yo me ofrecí para acercarle unos de los platones con el pan, Jesús le pidió a María se sentara junto a nosotros, tomó un pan entre sus manos y lo partió, le dio una parte a María, otra a mí y se quedó con la suya, y después lo bendijo; al terminar la oración le acerqué el vino e igualmente lo bendijo, y pasamos a comer juntos los alimentos. Estando en paz y plena armonía, noté que uno de los ramilletes de flores empezó a desprender los pequeños pétalos amarillos y sin pensarlo dije: María, parece ser que los ramilletes empiezan a extrañar a la rama que les daba vida, ya sus pétalos empiezan a caer tan prematuramente, quizá no debí cegar el flujo de sabia de donde se alimentaban, quizá estarían mejor aun luciendo su esplendor en el generoso árbol que nos obsequió este tributo para el Señor. María se levantó rápidamente y recogió los pétalos caídos y los depositó como una blanda alfombra a los pies del Maestro. Jesús observaba todo aquello reflejando en su divino rostro una paz que pareció detener en el acto todo lo que acontecía en el recinto, y después dijo: No teman por aquello que han hecho para alagar a su Señor, el árbol sabe y perdona cualquier acción que se signifique como una alabanza, el ramillete ha desprendido sus pétalos y María los ha depositado en el suelo; en verdad, en verdad les digo que si toda aquella buena obra, salida del corazón para alabar mi nombre no se realiza, la fe en la que se depositan sus acciones, no tendrá ninguna trascendencia; habrá quienes, sin tener en cuenta un motivo, priven de la vida a todo aquello que nació de la voluntad de mi Padre, y en su inconciencia pagarán por ello, más todo aquél que crea en mí sin haberme visto, será como el grano de trigo, que después de echado a la tierra muere para dar fruto en abundancia. “Bienaventurados aquellos que, sin haberme visto, han creído” (Jn 20:29).

Que Dios bendiga a nuestra familia, aumente nuestra fe, para no seguir caminando en la oscuridad de nuestras debilidades. Dios bendiga todos nuestros Domingos Familiares.

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