Hermanos míos, no haya entre ustedes tantos maestros, pues ya saben que quienes enseñamos seremos juzgados con más severidad” (Santiago 3:1)

Cuántas sombras siniestras se esparcen en nuestro cielo, tantas, que tienen prisa por ocultar el sol denuestro consuelo, cuánta sordera y cerrazón entre hombres y mujeres; cuántos corazones abatidos por la maldad. ¡Oh Espíritu Santo, consuelo de los desesperados, no te vayas! quédate con nosotros,que Aquel que te ha enviado no quiere dejarnos huérfanos.

Cuántas palabras sueltas en el entorno, de dirección confusa, salen de las bocas flojas de los que se conscienten superiores a los demás. Cuánta razón tienes mi buen Jesús, cuando adviertes: “Mirad que nadie os engañe: porque muchos han de venir en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, o Mesías, y seducirán a mucha gente. Oiréis asimismo noticias de batallas y rumores de guerra; no hay que turbaros por eso, que, si bien han de preceder estas cosas, no es todavía esto el término. Es verdad que se armará nación contra nación, y un reino contra otro reino, y habrá pestes, y hambres, y terremotos en varios lugares. Empero todo esto aún no es más que el principio de los males. En aquel tiempo seréis entregado a los magistrados para ser puestos en los tormentos y os darán la muerte, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre, por ser discípulos míos; con lo que muchos padecerán entonces escándalo y se harán traición unos a otros, y se odiarán recíprocamente; y aparecerá un gran número de falsos profetas que pervertirán a mucha gente; y por la inundación de los vicios, se resfriarán la caridad de muchos. Mas el que perseverare hasta el fin, ese se salvará” (Mt 24: 4-13).

“Cuando vosotros viereis todas estas cosas, tened por cierto que ya el Hijo del Hombre